Durante 2013, el realizador mexicano, Mauricio Bidault, tuvo acceso a las dinámicas laborales del Instituto Jalisciense de Ciencias Forenses para realizar una cruda y visceral crónica sobre los hombres y mujeres que realizan su trabajo con responsabilidad desde sus sombrías trincheras dejando al descubierto el impactante y fascinante mundo de la ciencia forense. Hasta el fin de los días no es la representación de la muerte, sino la imagen “viva” de ésta.
La cámara de Bidault transita los pasillos del Instituto pasando por los cubículos de atención, las oficinas administrativas, los centros de investigación criminal hasta llegar a las habitaciones donde yacen los cadáveres. Los médicos y criminólogos manejan directamente a los cuerpos para determinar las causas de las muertes. Bidault no hace ningún comentario al respecto, pero el filme pretende reflexionar en torno a la muerte asociándola a la violencia que se ha desprendido, en años recientes, del problema del narcotráfico. Aunque hay momentos explícitos –pero dada la naturaleza del tema, necesarios– el filme no cae en el sensacionalismo ni en la búsqueda de una estética necrofílica, y opta por enfatizar la serenidad y la frialdad con la que estos especialistas operan en las escenas del crimen buscando cualquier pista que les ayude a determinar las causas de las muertes y colaborar con el equipo policiaco que debe resolver una ola de crímenes que se desatan en Jalisco, específicamente en las zonas de Guadalajara y Zapopan, donde parece muy común encontrar a 17 hombres anónimos torturados y encadenados, cuyos cadáveres son recolectados por el IJCF en la última secuencia del filme. Al final de la proyección sólo nos queda el recuerdo de la vitalidad; el saberse vivo frente a la muerte es un intento por mantener un poco del anhelo que se ha perdido en un clima hostil y violento.