Es 1892, poco después de las Guerras Apache entre los americanos blancos y los nativos indígenas, un experimentado militar, el Capitán Blocker (Christian Bale), está llegando al final de su deber, inseguro de lo que su futuro puede implicar sin un propósito diario. En contra de su voluntad, Blocker tiene una última misión: escoltar a un prisionero especial, Yellow Hawk (Wes Studi), desde las tierras áridas de Nuevo México hasta Montana, donde el jefe de la tribu, en caso de no sobreponerse a su enfermedad terminal, morirá rodeado de su familia. Blocker no tiene paciencia con Yellow Hawk, pero acepta la tarea y emprende el camino acompañado de algunos hombres (incluidos Jesse Plemons y Jonathan Major). En el camino, el grupo descubre a Rosalie (Rosamund Pike), una madre desconsolada porque sus tres hijas fueron asesinadas por guerreros comanches. Con la esperanza de llevarla a un lugar seguro, Blocker la agrega al grupo, sólo para encontrar un camino repleto de amenazas, venganzas, salvajismo y barbarie.

En su más reciente filme, Scott Cooper, no esconde ni se avergüenza de la fascinación que siente al momento de abordar los temas de la culpa y el castigo en un contexto violento y cruel. Si bien en sus filmes anteriores (Crazy Heart, Out of the Furnace, Black Mass) recurrió a algunos elementos del western (la soledad, las dinámicas de la venganza, la salvaje conducta del ser humano), ahora, en Hostiles: Violencia americana (Hostiles, 2017) se adentra con seriedad en el género con la musculatura que necesita para narrar la voraz confrontación entre la corrupción humana y las semillas de salvación en el salvaje medio oeste. Hostiles ofrece un mundo sombrío donde la muerte es común y siempre cruel; Rosalie es el primer personaje con el que nos encontramos; ella lucha para mantener a salvo a dos niñas y un bebé cuando los comanches se presentan en su hogar para masacrar a sus seres queridos, dejándola en estado de shock. Es una apertura increíblemente brutal, tal vez un tanto sensacionalista porque muchos se preguntarán si Cooper está adoptando una mentalidad procolonial, pero a medida que la película continúa nos damos cuenta de que todos tienen sangre en sus manos. Esa brutalidad rige el esquema de la película: personajes atrapados en un escalofriante ciclo de violencia que está erosionando sus almas. La culpa se filtra en la locura, y la misión de Blocker se vuelve cada vez más complicada a medida que los hombres buenos se pierden en el camino, dejándole una herida abierta después de décadas de momificación debido a la perversidad de su vida. El filme tiene una importante lección que compartir sobre la naturaleza de la violencia: cómo engaña a las personas y les da un propósito falso. Los actores -principalmente Bale, una especie de John Wayne modernizado, pero mucho menos heroico y mucho más empático, y Pike, quien ofrece un retrato desgarrador de una madre en duelo, creando un realismo doloroso, traumático- comunican de manera convincente el colapso prolongado. El filme tiene un motivo político: la profunda culpa estadounidense (o la falta de ella) de su violenta historia colonial; incluso después de cientos de años esa dolorosa tensión todavía está presente. Aunque esto es integral, la película es más un viaje existencial con personajes traumatizados y desgarrados por la guerra, con diálogos sombríos dignos de Soren Kierkegaard (“A veces envidio la finalidad de la muerte, la certeza”), con largos silencios que generan angustia y desesperanza, con deslumbrantes paisajes y composiciones cuidadosamente pictóricas del cinefotógrafo Masanobu Takayanagi que transmiten desolación; con estos elementos Cooper ha creado un western revisionista que fractura el alma.

Fecha de estreno en México: 23 de febrero, 2018.

Consulta horarios en: Cinépolis, Cinemex