En 1861, Lindoro Cajiga (Germán Jaramillo) aprehende a Melchor Ocampo (Rafael Sánchez Navarro) en su hacienda de Pomoca, Michoacán, para trasladarlo y presentarlo ante el General Leonardo Márquez (Emilio Echevarría), líder del grupo conservador que únicamente reconoce como Presidente de la República a Félix Zuloaga (Erando González). Durante el largo trayecto a caballo desde su natal Maravatío hasta Hidalgo, Ocampo recuerda los detalles importantes que marcaron su vida. La admiración que sentía por su madrina (Claudette Maillé), quien le inculcó la solidaridad y compromiso con el prójimo; su prohibido y tórrido romance con su nana, Ana María (Dolores Heredia); su estancia en el seminario de Morelia y la educación de la Ilustración recibida en Francia; su amistad con José Manzo (Carlos Aragón) y su relación con Benito Juárez (Fernando Becerril); su desempeño en la política, su papel como gobernador y su participación en la elaboración de las Leyes de Reforma.
Los espacios de atmósfera colonial (grandes e imponentes haciendas, iglesias y edificaciones barrocas) de Querétaro y Guanajuato –captados límpidamente por el cinefotógrafo, también director, Sebastián Hiriart– sirven como locaciones para que la directora mexicana, Guita Schyfter (Novia que te vea, 1994; Las caras de la luna; 2002), elabore el retrato no sólo de un personaje histórico, sino también de las costumbres y estilo de vida del México de mediados del siglo XIX. La figura de Melchor Ocampo –retratado como un huérfano con el anhelo de saber quiénes fueron sus padres y por qué lo abandonaron– sirve como símbolo de la inestabilidad del México independiente. Una vez que los “hijos” se desprenden del dominio español (de su madre patria) quedan desconcertados y, ante la desorganización y la división, los “hermanos” pelean, ya sea por sus propios intereses o defendiendo sus ideologías.
LFG (@luisfer_crimi)
Consulta horarios en: Cinépolis, Cinemex, Cineteca Nacional