Aquí puedes ver nuestra entrevista con Pedro González-Rubio, director de Inori
Luego de codirigir al lado de Carlos Armella, el documental Toro Negro (2005), el realizador y cinefotógrafo, Pedro González-Rubio, presentó en varios festivales del mundo –entre 2009 y 2010– su filme Alamar (reseña, 2009). En uno de estos certámenes, el de Nara en Japón, la cineasta japonesa Naomi Kawase (The Mourning Forest, 2007; Still the Water, 2014) lo invitó a participar en el proyecto NARAtive. La única condición era que la película debía filmarse en la región de Nara, ciudad donde Kawase nació en 1969, y que en el siglo VIII fue capital del país asiático.
González-Rubio buscó locaciones y decidió filmar en Totsukawa, conocido como el pueblo más extenso de Japón. Así surgió Inori (2012), documental que retrata la vida cotidiana de los pocos pobladores que quedan en esta comunidad. Los jóvenes se han marchado a las grandes ciudades de Osaka y Tokio; los ancianos han decidido quedarse en su tierra, aferrándose a su pueblo situado en una montaña entre valles y colinas densamente arboladas y con la presencia abundante del agua. “Uno solía escuchar a los niños que jugaban por todas partes”, sentencia uno de los ancianos, “pero ahora la escuela ha cerrado”. Los pocos que se han quedado, reflexionan sobre el pasado, el fluir del tiempo, mientras esperan el final de sus días. La inevitable melancolía que enfrenta una población cercana a la muerte es sopesada con el entorno natural y las creencias espirituales. Aunque este retrato colectivo carece de la visión intimista de su filme previo, González-Rubio emplea de manera contundente los sonidos de la naturaleza para elaborar un discurso sobre el arraigo a la tierra y la proximidad de la muerte.
LFG (@luisfer_crimi)
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