En 1968, Bill O'Neal (LaKeith Stanfield) es un delincuente y estafador de poca monta que se hace pasar por un agente del F.B.I. para robar automóviles en la ciudad de Chicago. Un día, al no correr con tanta suerte, es detenido por sus crímenes. A Bill se le ofrece la oportunidad de permanecer fuera de la cárcel, con la condición de convertirse en un soplón del FBI, trabajando para Roy (Jesse Plemons), quien ha estado detrás de los dirigentes del Grupo Pantera Negra. Actuando de manera encubierta, Bill obtiene información detallada sobre los esfuerzos de la organización, específicamente sobre el activista Fred Hampton (Daniel Kaluuya), un líder motivado que busca crear un cambio tangible en la ciudad. Fred es admirado por la poeta Deborah (Dominique Fishback) y temido por las fuerzas del orden encabezadas por el director del F.B.I., J. Edgar Hoover (Martin Sheen), quien está decidido a silenciar su voz. Bill es parte de este plan, ascendiendo en las filas del grupo para entender gradualmente la cruel realidad de la vida que lleva como un informante confundido y un traidor paranoico.
Aunque el filme no profundiza demasiado en la historia de Fred -y el director Shaka King se deleita en mostrar al personaje en su posición de revolucionario capaz de cautivar a las multitudes con sus discursos y sus esfuerzos para crear la coalición multicultural Arco Iris, cuyo objetivo era alcanzar un estado de paz y prosperidad lejos de la autoridad blanca-, la actuación de Kaluuya es notable al capturar el ritmo y la energía de la retórica y la presencia de Hampton, un joven comprometido con su anhelo de materializar los ideales de Martin Luther King Jr., que lucha por mantener viva esa aspiración. Pero, por otra parte, Bill es un personaje escrito y trazado por los guionistas como una herramienta torturada del estado que carece de convicciones reales propias. Stanfield no lo ayuda realmente, ya que le da al personaje una personalidad temblorosa y furtiva que comienza a tensar la credibilidad conforme se aproximan los momentos determinantes de su traición. No obstante, los ojos del actor transmiten la impresión de que hay una conciencia que se desmorona en su interior, especialmente cuando está atrapado entre los dos bandos. Es entonces cuando vemos en Bill a un hombre nervioso siempre al borde de ser descubierto, pero también como un criminal que recibe un poco de atención blanca. Es un forastero que presencia cómo las Panteras Negras comienzan a lograr algo trascendental, pero también es un informante que intenta mantenerse fuera de la cárcel, creando emociones tempestuosas en su interior. El director de fotografía Sean Bobbitt (12 Years a Slave, 2013) aporta un toque de elegancia en las imágenes con altos niveles de saturación que hacen resaltar atributos como el pavimento mojado y los interiores tenues. También muestra una historia que, si bien tiene lugar a finales de los sesenta, refleja de manera bulliciosa y directa la realidad actual estadounidense. El mundo no se ve ni funciona de manera muy diferente, y esa es la vergüenza subyacente a lo largo del relato. En el fondo, Judas y el mesías negro (Judas and the Black Messiah, 2021) da voz a la lucha por la identidad y la igualdad; tanto colectivamente, dentro de las luchas internas de los Panteras, como individualmente, con la propia batalla de Hampton entre el martirio potencial (como figura pública) y su nueva paternidad (como figura privada). El filme se erige así como una extraordinaria propuesta fílmica para explorar ideas políticas, conjugarlas y hacerlas explotar, revelando el circuito de contradicciones y complicaciones de los sucesos históricos.
Fecha de estreno en México: 1 de abril, 2021.
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