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Cuando Kiki –una aprendiz de bruja– cumple 13 años, debe abandonar su casa y viajar durante un año para perfeccionar su arte. Aunque su único talento es volar sobre una escoba, ella emprende con entusiasmo su preparación en compañía de un gato negro sabio llamado Jiji. En una encantadora ciudad costera, Kiki se establece para trabajar en el servicio de entrega con la ayuda de una panadera y su marido. De esta manera, la joven convierte su capacidad de volar en una fuente de empleo. Conforme la adolescente aprende a equilibrar la independencia con la responsabilidad, su corazón amable gana muchos nuevos amigos, incluyendo una artista llamada Ursula y un niño de nombre Tombo. Los viajes de Kiki la llevan a una ciudad fuera de tiempo, construida encima de colinas ondulantes con una mezcla acogedora de la arquitectura escandinava, alemana, italiana y americana. En esta fantasía, Miyazaki distorsiona aún más las líneas de la realidad con una cronología alterna en la que nunca ocurrieron las dos grandes y fatídicas guerras, la tecnología corresponde a diversas épocas y los límites culturales no aplican.

En las manos de cualquier otro cineasta, el tema de la brujería habría estallado con hechizos peligrosos, criaturas sobrenaturales, calderos explosivos, duelos de brujas y una carrera mortal para salvar al mundo de algo decididamente malvado. En las manos de Hayao Miyazaki, Kiki: Entregas a domicilio (1989) –basado en la novela de Eiko Kadono– no es nada de eso. El filme es una historia sobre el crecimiento, las inseguridades adolescentes, la ansiedad y los miedos del rechazo; se trata de un retrato sobre las esperanzas, los sueños y los recelos de una niña en la cúspide de una gran aventura; la alegría del descubrimiento y las pruebas para alcanzar una primera etapa de la madurez intensifican su año fuera de casa. Los adultos que la rodean proporcionan apoyo, pero nunca le resuelven sus problemas, permitiéndole a Kiki la oportunidad de tomar sus propias decisiones y forjar su propio camino. Del mismo modo, sus amigos, aunque esenciales para su desarrollo, son simplemente acompañantes en este viaje. A diferencia de las princesas de Disney, Kiki es un personaje más redondeado, complejo y creíble; ella no está definida por un hombre valiente ni forzada a encontrar su salvación en el amor de alguien más, si no más bien en su propia confianza y seguridad. La joven se preocupa por engordar, y anhela zapatos rojos brillantes y vestidos más bonitos. Superada por la angustia adolescente y el desánimo, ella se cae en la cama con una resignación dramática. Miyazaki utiliza estos estados de ánimo infelices para equilibrar su naturaleza esencialmente optimista. La mezcla de entusiasmo, aburrimiento, emoción y autocompasión la convierte en un ser humano increíblemente vulnerable –más humano que muchas chicas en películas animadas recientes. 

Kiki: Entregas a domicilio se exhibirá del 12 al 15 de octubre como parte del ciclo 'Studio Ghibli', organizado por Contenido Alternativo de Cinépolis.

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