Una noche, en la concurrida ciudad de Nueva York, Jason (Ryan Carnes), un ciudadano estadounidense, le propone matrimonio a Valentina (Marimar Vega), una mujer mexicana que desde hace algunos años vive en Estados Unidos. Ella acepta felizmente la propuesta y juntos comienzan a discutir el tipo de boda -quién se encargará de los preparativos, la fecha y el lugar, el tipo de ceremonia (íntima o fastuosa), entre otros detalles-. De manera sorpresiva, ella se percata que no puede llevar a cabo un trámite porque su estado civil indica que ya está casada. Este inconveniente obliga a Valentina a viajar a México en busca de respuestas que aclaren su situación. A su llega a la capital del país, ella descubre que fue utilizada por su familia -incluyendo a su padre, Demetrio Hidalgo, quien se encuentra en campaña política- para formar parte de un matrimonio arreglado al lado de Ángel (Omar Chaparro), su exnovio. Ella debe tramitar su divorcio lo más pronto posible, antes de que su insistente novio -y futuro esposo- llegue al país y descubra la inocente mentira de Valentina y las trampas de la familia mexicana.
La boda de Valentina (2018) es una comedia romántica que, a diferencia de muchos otros relatos rosas en los que la última parada del trayecto de los enamorados es la ansiada boda, inicia con una muy temprana propuesta de matrimonio y, a partir de ahí, los dos involucrados atraviesan una serie de aventuras, conflictos y vicisitudes con la intención de cumplir sus promesas. El director Marco Polo Constandse (Cásese quien pueda, 2014) y los guionistas Santiago Limón (Mandrake, 2010) e Issa López (Vuelven, 2017) recurren a una serie de estereotipos -aunque exagerados y caricaturescos, pero muchas veces cercanos a la realidad social mexicana- para representar a cada uno de los integrantes de la familia de Valentina: el padre corrupto, la madre bondadosa ya fallecida, la madrastra oportunista y ambiciosa, el abuelo rabo verde y el hermano prepotente. Todos ellos son de lo peor y evidentemente contrastan con la rectitud y honestidad de la joven protagonista; a partir de esta lucha de opuestos, el director pretende generar los momentos cómicos, absurdos y extravagantes del relato que sólo se ven enfatizados y estirados hasta el límite con la llegada de Jason a México y el choque cultural que sufre el estadounidense. En muchas secuencias, principalmente aquellas en las que se representan los escándalos de la familia de Valentina, el filme imita la monótona y gastada fórmula de presentación de los noticieros televisivos, así como la apariencia amateur y descuidada de los videos virales que circulan en Internet. El personaje principal está diseñado con una enorme loza de contradicciones y aunque Marimar Vega hace un esfuerzo por encarnar los conflictos, dilemas y tribulaciones internas de Valentina, muy rápidamente se hace evidente que no le otorgaron las herramientas necesarias para salir avante. Sin profundizar en su profesión y en su vida laboral en el extranjero, sabemos -principalmente por un diálogo temprano que mantiene con su futura suegra (Kate Vernon)- que ella encabeza una de las asociaciones de ayuda humanitaria más respetables de EE.UU., por lo tanto, se nos da a entender que estamos ante una mujer trabajadora, responsable y talentosa, preocupada por causas sociales y con un alto grado de responsabilidad social. Tristemente esta faceta no es explorada a lo largo del filme; el director prefiere confeccionar atmósferas cursis que imitan la estética del videoclip musical para ver a Marimar Vega bailando, cantando y tomando en fiestas improvisadas al lado de su exnovio con quien apenas unos segundos antes se enfado. Estas incongruencias son recalcadas con largas, inapetentes y repetitivas conversaciones en torno al pasado que la hacen ver como una mujer incapaz de tomar sus propias decisiones y siempre cediendo a los caprichos de los hombres que la rodean.
Fecha de estreno en México: 9 de febrero, 2018.