Con poco tiempo en el cargo, Hernán Blanco (Ricardo Darín), el presidente de Argentina, asiste a un hotel aislado en Los Andes para participar en una cumbre internacional con los jefes de estado de América Latina. El objetivo de la reunión es establecer acuerdos unilaterales en las políticas petroleras de las naciones involucradas. Aunado a las negociaciones y conversaciones, Hernán –que construyó su campaña y edificó su imagen en torno a la idea de ser la encarnación de un hombre común y transparente, con un pasado claro e inmaculado (en ese sentido, ha hecho un amplio uso de las connotaciones de su apellido, “blanco”)– debe lidiar con una serie de escándalos relacionados con el exmarido de su hija (Dolores Fonzi). Los colaboradores del presidente comienzan a crear las estrategias necesarias para evitar que los turbios acontecimientos se propaguen, tratando de convencer a los medios y la población de que el presidente Blanco es una oveja perdida en las crueldades de la vida política. Preocupado por su hija, quien muestra signos claros de inestabilidad emocional y desequilibrio, pero conoce muy bien el lado oscuro de su padre, Hernán descubre cómo los demás presidentes establecen cadenas de manipulación, chantajes, e incluso corrupción, para obtener beneficios propios.
La cordillera (2017) es una ingeniosa y misteriosa parábola sobre los perversos y diabólicos subterfugios del poder y la ambición. El director argentino, Santiago Mitre, orquesta un drama político en toda regla; sólido, tenso, hitchcokiano. El recorrido del protagonista es la transformación de un ciudadano al servicio de los ciudadanos que poco a poco se convierte en un hombre de poder, capaz de ensuciarse las manos. La pérdida de la ‘virginidad política’ de Blanco se narra con las modalidades de un drama que en los giros narrativos tiene el andar de un astuto thriller. El director pretende construir una figura política cuyo destino se ve amenazado por la superposición entre lo público y lo privado. Sin embargo, las tensiones entre estas dos esferas se abordan desde una perspectiva interna que se centra completamente en la figura principal. El guión procede como una sucesión de situaciones narrativas que alternan sin interrupción los dos ámbitos de la vida de Blanco y en las que el hombre siempre está en el centro. Rodeado de colegas o parientes, Blanco, excepto en una de las primeras secuencias, nunca está solo. A veces el fondo permanece borroso, y él siempre ocupa el centro de la imagen. Porque antes de definirlo simplemente a partir de las elecciones y acciones que emprende, Mitre parece interesado en pintarlo como un cuerpo, como una figura que ocupa el espacio física y emocionalmente. Un hombre vertical en todos los sentidos, cuya proxemia (como es en la práctica de los políticos) tiene casi más protagonismo que las palabras que pronuncia. Mientras el espacio físico –la cordillera en los Andes– posibilita las reuniones de los altos mandatarios en un contexto aislado con el objetivo de mantener las protestas y molestias del pueblo en la lejanía; el espacio político –la cumbre internacional– es el escenario en el que se desarrollan los ‘apuñalamientos’ políticos de diversa índole y los vicios privados que tratan de mantenerse ocultos bajo la alfombra. En última instancia, Mitre investiga con una mirada atenta y penetrante la crueldad de los mecanismos del poder y las dinámicas del arte eterno del maquiavelismo.
Fecha de estreno en México: 8 de diciembre, 2017.
Consulta horarios en: Cinemex, Cineteca Nacional