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Victor (Eliott Paquet) y Rainer (Dominik Wojcik), protagonistas del relato que se desarrolla como una especie de odisea que dura sólo una noche, son dos jóvenes que mantienen una fuerte amistad. A bordo de un tren en París, se dirigen a un centro nocturno para divertirse. El trayecto lo aprovechan para consumir alcohol combinándolo con bebidas energéticas mientras platican de sus caprichos adolescentes y pretenciosas ideas sobre la poesía. En el interior del club –una atmósfera nocturna alumbrada por luces neón– los jóvenes tienen un par de encuentros desafortunados con una hermosa joven, Cécilia (Mathilde Bisson), y un homosexual (Luc Chessel). A la salida discuten y pelean con el engreído Theo (Niels Schneider) y sus amigos. Victor y Rainer toman el metro para después adentrarse a una enigmática zona boscosa; el espacio idílico donde ambos confiesan la necesidad mutua de permanecer el uno con el otro. Una declaración de amistad, quizá, pero también con una carga erótica presente sobre todo en los diálogos. El bosque nocturno y silencioso, alejado del mundo urbano, les permite despojarse de cualquier carga y olvidarse del tedio, frustración y aburrimiento cotidianos.
Aunque es su primer largometraje de ficción, la realizadora francesa, Héléna Klotz, demuestra tener pleno control de su estilo audiovisual inquietante, efectivo y envolvente –que remite, por momentos, al retrato nocturno de Les nuits électriques (1928) de Eugene Deslaw–. La fotografía de Hélène Louvart captura las sombras, los juegos de luces y oscuridad para generar una especie de aura fantasmal que rodea a los personajes en sus momentos de introspección. El hermano de la directora, Ulysse Klotz, colabora con la banda sonora, cuyos ritmos electrónicos y tecno acompañan el festejo y baile adolescente al interior del club, pero también la decepción y soledad de una París nocturna alejada del glamour y resplandor.
LFG (@luisfer_crimi)
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