“Cada vez que la veía, sabía que estaba soñando otra vez. Y en cuanto te das cuenta que sueñas, se transforma en una experiencia astral. A veces flotas hacia arriba. En mis sueños siempre me pregunté si mi cuerpo estaba hecho de hidrógeno. De ser así… entonces mis recuerdos deben ser de piedra”. Luo Hongwu (Jue Huang) menciona estas palabras recostado en una decadente habitación de hotel. Una mujer sale del baño, cubierta tan solo por su ropa interior, se seca el cabello y le pide al hombre que le cuente sobre el sueño que lo mantuvo inquieto. Luo habla de una mujer que desapareció, menciona que cada vez que quiere olvidarla vuelve a soñar con ella. Luo regresa a Kaili -su pueblo natal- aquel del que se despidió después de encontrarse el cuerpo de su mejor amigo escondido dentro de una mina, para asistir al funeral de su padre. Este retorno lo hace considerar buscar a Wan Qiwen (Tang Wei), una hermosa mujer que hace años tuvo que seguir para dar con el paradero de Zuo Hongyuan, un maleante de Kaili. A su regreso, el pasado y el presente se funden en una sola narrativa que evoca sus deseos y la necesidad de encontrar aquel anhelado amor.
En su segundo largometraje, Bi Gan realiza una estilizada y sublime propuesta del cine noir –pero en tonos neones, que por momentos son tan dolorosamente idílicos cómo en su momento fueron los romances retratados por Wong Kar Wai-, al igual que el plano secuencia de 40 minutos de Kaili Blues (2015), Gan compone para Long Day’s Journey into Night un arriesgado plano secuencia en tercera dimensión que retrata un momento onírico y simbólico en muchos sentidos. Aquí, tanto la realidad como el sueño se mezclan con ligeros guiños entre cada uno. Los laberintos emocionales y la melancolía que impregna el filme hace evidente la maestría con la que el también poeta Gan consigue crear una imagen cargada de simbolismos y significaciones que van más allá de lo evidente.