Después de un recital, el talentoso pianista Paul Orlac (Conrad Veidt) sufre un terrible accidente de tren que deja al músico con el cráneo roto y las dos manos destrozadas. Yvonne (Alexandra Sorina), su esposa, le explica al doctor Serral (Hans Homma) lo importantes que son las manos para su marido. Después de algunos experimentos, el doctor determina injertar las manos de Vasseur, un asesino que acaba de ser guillotinado, a Orlac. Poco después de realizarse la operación, el pianista despierta y se entera de quién era el dueño de sus nuevas manos por una carta anónima. A partir de ahí su mente vacila, sus manos se niegan a tocar el piano y comienza a tener visiones asesinas y cae en una locura homicida. Poco después, su padre, un anciano tacaño y muy rico, es asesinado. La daga utilizada por el asesino es la de Vasseur, así como las huellas dactilares encontradas en la escena del crimen.
El nombre de Robert Wiene aparece en prácticamente todos los libros serios sobre la historia del cine. El director alemán sigue siendo reconocido por haber dirigido la primera película expresionista, El gabinete del doctor Caligari (1919). Continuará su trabajo dentro de este movimiento artístico con Genuine(1920) y luego Raskolnikov (1922). En cambio, Las manos de Orlac (Orlacs Hände, 1924) no pertenece a este género; el único rastro expresionista al que recurre Wiene es la decoración de la residencia del padre de Orlac, con su inmenso pasillo ojival y el nicho en el que se sienta. Aparte de este breve pasaje, la película, aunque enmarcada en el terror psicológico, pretende ser realista, prueba de ello es la soberbia y larguísima escena de las consecuencias del accidente de tren. En el corazón de la noche, entre los cadáveres metálicos todavía humeantes, a la luz de las antorchas, supervivientes demacrados y equipos de rescatistas se encuentran en un incesante y macabro ballet. El resto de la película mantendrá este lado realista y la trama detectivesca reservará su parte de sorpresas y giros sin tener que negar nunca su premisa fantástica y sobrenatural, a saber, la espiral de locura de un hombre al que le trasplantaron las manos de un criminal. Además, Wiene enfatiza la dimensión sexual de la mano. La película comienza con la esposa de Orlac acostada en la cama, con una expresión de éxtasis en su rostro mientras lee detenidamente una carta suya que promete cómo “mis manos se deslizarán sobre tu cabello, sentiré tu cuerpo bajo mis manos, tu cuerpo temblando bajo mis manos”. Las manos representan la conexión sexual entre marido y mujer, lo que explica su colapso en el suelo cuando se entera de sus heridas, su intensa atención a sus manos vendadas en la cama del hospital, y la forma sin aliento en que ella espera con ansias el regreso de Orlac del hospital y sus primeras caricias. Inspirándose en la novela de Maurice Renard –un autor interesado en las metamorfosis, las transformaciones corporales, los trasplantes e injertos–, Wiene recurre a uno de los motivos primordiales del cine mudo alemán de la era Weimar: el doppelgänger (a su vez procedente de la ficción romántica de principios del siglo XIX) toma forma aquí en un solo cuerpo, y en la lucha de Orlac con sus manos vemos tanto una creencia fatalista en el mal intrínseco e inmutable como un cuestionamiento del poder de la racionalidad sobre fuerzas instintivas más oscuras. De hecho, la batalla que Orlac parece haber perdido desde el principio es más una refutación de la afirmación de su médico de que “el espíritu gobierna la naturaleza de la mano y una voluntad fuerte puede vencer cualquier cosa”.
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