Desde Colombia, Las tetas de mi madre de Carlos Zapata nos invita a ver, vivir de cerca las dinámicas en que se relacionan quienes se desenvuelven en las zonas olvidadas, donde las oportunidades son nulas, la violencia campea, el peligro de perder rumbo acecha; la calle devora. Martín (interpretado por los gemelos Billy y Santiago Heins) es un niño que ronda los 12 años, que vive con su madre en una de las zonas más vulnerables de Bogotá. Va a la escuela y por la noche trabaja repartiendo pizzas en su bicicleta. Cuando tarde llega a su casa él debe prepararse la cena. El vínculo con su madre se limita al desayuno (que ella cocina) y al viaje al trabajo diurno de ella, en bicicleta. Martin está obligado a madurar de forma precoz ante la ausencia de su madre. La amistad con un chico de su escuela que lo introduce a la sordidez del negocio de la droga mostrándole las irrovacables consecuencias en la figura de la progenitora de este chico, además del descubrimiento del oficio nocturno de la madre de Martín, trastornan su de por sí frágil existencia y amenazan con descarrilar su precaria rutina. El complejo de Edipo, la ruptura de la comunicación en su célula más básica y la forma en que esto se finca como el primer decidido paso hacia la descomposición social son retratados con energía, sin contemplaciones ni sentimentalismos, pero sí con rasgos de humanidad que llegan a desembocar en ternura. Todo esto es reforzado con una pulcra realización que recurre incluso a audacias técnicas (destacan los travellings en top shot en las cabinas del club nocturno) por el realizador Carlos Zapata en un filme que cierra con una secuencia inventiva cargada de simbolismo, cuya fuerza tendría que generar ecos en todos los países donde se desarrollan vidas en la absoluta desprotección; es decir, en todos.
Minicrítica realizada durante el Festival Internacional de Cine en Guadalajara, 2014.
AFD (@SirPonFDYM)