Una pareja se besa apasionadamente en la parte trasera de un evento automovilístico. Los amantes son sorprendidos por una joven que los observa de manera silente a unos cuantos metros de distancia. Sin darles tiempo de reaccionar, la chica se abalanza sobre la mujer y le muerde el cuello, el ruido del circuito de carreras hace imposible que los gritos de ayuda del hombre sean escuchados. Los días transcurren y el evento aislado rápidamente ha consumido a toda la región. En la zona rural de Quebec, entre zapatos, sangre y ropa, observamos a Réal (Luc Proulx), un anciano que corre hasta internarse al bosque, seguido de tres personas que buscan alimentarse del hombre. No lejos de ahí, Ti-Cul (Édouard Tremblay-Grenier), un joven, toma su escopeta y le dispara a su madre, que ha sido mordida en el rostro. En otra parte del bosque, los amigos, Bonin (Marc-André Grondin) y Vézina (Didier Lucien), comparten chistes mientras incineran los cuerpos de varios infectados. Cerca de la carretera principal, Céline (Brigitte Poupart) detiene su automóvil y sube el volumen de la música lo suficiente para atraer a un zombi, al que despedaza con la ayuda de un machete. Durante su regreso a casa, Bonin salva a Tania (Monia Chokri), una mujer que asegura haber sido mordida por un perro, y cuya única posesión es un acordeón que carga a sus espaldas. Juntos, exploran una granja donde Zoé (Charlotte St-Martin), una niña, se encuentra escondida. Bonin lleva tanto a la mujer como a la pequeña a la granja de su madre, Pauline (Micheline Lanctôt), quien vive con su pareja, Thérèse (Marie-Ginette Guay). Rodeados de un peligro latente, poco a poco los supervivientes se va uniendo hasta encontrar en la compañía de los demás un nuevo motivo para subsistir.
A partir de una narrativa in media res, Robin Aubert (À l’ origine d’un cri, 2010; Tuktuq, 2016) construye una historia sobre muertos vivientes que -al igual que en 28 days later (2002)- tienen una velocidad sobrehumana y que con un grito agudo -como en Invasion of the Body Snatchers (1978)- avisan al resto de su jauría a quién deben atacar. A diferencia de muchas de las películas del género zombi, Los hambrientos (Les affamés, 2017) no posee un ritmo acelerado para contar su historia, al contrario, la película mantiene en su mayoría una cadencia contemplativa que podría resultar tortuosa si lo que se busca es una cinta de acción zombi. Aubert no muestra grandes cantidades de sangre, ni muertes explícitas o gráficas –en su mayoría las escenas violentas suceden alejadas de la mirada del espectador-, sino que hace un estudio sobre la desolación y la inherente dependencia humana en tiempos de crisis. Durante el inicio, el guion, escrito por el director, se encarga de hacer evidente que los personajes -que en las primeras escenas carecen de nombre, individuos errantes buscando una forma de sobrevivir- son seres humanos sin conocimiento en manejo de armas o en carreras de velocidad a campo traviesa, por lo que la tragedia y la resignación también forman parte de su naturaleza. Los hambrientos no tiene respuestas fáciles, de ahí la carga simbólica que sostiene el ritual acumulativo de los no vivos en el filme –a partir de la significación de las sillas y otros objetos cotidianos- y la sensación nihilista sobre un inminente destino. Ese halo carente de esperanza es logrado gracias a la maestría con la que el director de fotografía, Steeve Desrosiers (À trois, Marie s’en va, 2010) consigue hacer de un paisaje natural un lugar claustrofóbico. La atmósfera, realizada a partir de planos abiertos, muestra los peligros durante atractivas secuencias que se generan en una persecución al amanecer y otra que sucede en un lugar envuelto en una densa bruma. Si bien Los hambrientos recurre a los convencionalismos del género –la manera en que se transmite el virus, la rapidez de los infectados y su voracidad-, también muestra que al construir personajes sólidos y coherentes, puede conseguir que el espectador se involucre de manera emocional con aquello que sucede detrás de la pantalla.
Fecha de estreno en México: 5 de octubre, 2018.