Con los pies sobre suelo norteamericano, Max (Maximiliano Nájar Márquez) y Leo (Leonardo Nájar Márquez), dos pequeños hermanos mexicanos, de 8 y 5 años respectivamente, sueñan con un paseo en Disney World. No obstante, su madre, Lucía (Martha Reyes Arias), está mucho más preocupada por hallar un nido para resguardarlos. Ese hogar provisional que encuentra es un pequeño y destartalado departamento alquilado por Mrs. Chan (Cici Lau) una amable migrante china que, a pesar de las barreras del idioma, logra establecer comunicación con sus nuevos inquilinos. El departamento se vuelve una especie de prisión para los dos pequeños que se sienten encarcelados al no tener el permiso para salir a jugar. Desde el interior imaginan un mundo fantástico a partir de las historias que plasman en sus dibujos; una especie de representación de ellos mismos en forma de lobos antropomorfos que cobran vida en rústicos y conmovedores fragmentos de animación. Una vieja grabadora es el instrumento con el que Lucía conserva el pasado -la voz del abuelo- y al mismo tiempo determina una nueva narrativa para sus hijos, ya que en las cintas graba pequeños ejercicios en idioma inglés para acompañar la soledad de los dos niños durante su ausencia.
A pesar de ser modesto y sobrio, Los Lobos (2019) es un filme conmovedor que reflexiona con franqueza sobre las dinámicas familiares y sobre el camino natural de la existencia. Es la narración de una odisea que nunca acaba, acontecimientos ya narrados, pero siempre incómodos, porque se centra en aquellos que viven del hilo de la esperanza que, en cualquier momento, se convierte en desilusión, pero también es el relato de una especie de salvación, salvación que se logra mediante la imaginación. El delicado guion coescrito por el director Samuel Kishi (Somos Mari Pepa, 2013), Luis Briones y Sofía Gómez Córdova (estos dos últimos autores de la notable Los años azules, 2017) construye tres personalidades de diferentes formas y con un relieve muy bien pulido a través de sus acciones. De la madre, seguimos la ardua tarea de criar a dos hijos en un entorno que ella imagina hostil y desconocido; Max y Leo se distancian, se agreden, se reconcilian, se enojan y se abrazan. Max rompe con el cliché del hermano mayor protector y cuidadoso, de hecho, su temperamento irascible irrumpe constantemente, mientras que Leo queda desprotegido, actuando con voluntad propia y sin seguir a su hermano. Juntos, crean una fuerza narrativa que camina por la imprevisibilidad, aunque siempre centrada en la delicadeza y la calidez humana que emana de las escenas y evita que el guion caiga en la autocompasión. Destaca el momento en el que Max decide traspasar los límites del departamento para descubrir y tocar el mundo exterior. Primero porque esos primeros pasos hacia el afuera funcionan como metáfora del cruce prohibido de las fronteras entre México y Estados Unidos, pero al mismo tiempo es el camino hacia una libertad responsable que, como a cualquier migrante, atrae y desconcierta. Kishi logra mantener una sutil tensión amenazante con la atención en los pequeños detalles del descubrimiento, sin ir más allá de la línea dramatúrgica que habría transformado su película en la construcción de un melodrama de la desesperación. En este sentido mantiene un equilibrio que afortunadamente le brinda espontaneidad y cotidianidad al relato, apoyándose en el poder del azar y la coexistencia de la empatía y la crueldad, para identificar la dimensión apátrida de un espacio "abierto", donde las distinciones entre interno y externo, privado y público, quedan aniquiladas por los signos de una zona demacrada, olvidada, contaminada; pero entre las jeringas abandonadas todavía hay espacio para el asombro y el abrazo. En este sentido, el filme se conecta temáticamente con la fantástica The Florida Project (2018) de Sean Baker, ya que empatiza muy bien con sus jóvenes personajes mientras se equilibra hábilmente entre la dura realidad y el optimismo.
Fecha de estreno en México: 10 de junio, 2021.