Es un día normal para la familia disfuncional de los Ryan. Brent (Nicolas Cage), el padre, intenta entusiasmarse con su jornada laboral; Kendall (Selma Blair), la madre, espera seguir el ritmo de sus compañeras en sus sesiones del gimnasio; la adolescente Carly (Anne Winters) busca creativas maneras para evitar una cena familiar y salir con su novio (Robert T. Cunningham); y el pequeño Josh (Zackary Arthur) disfruta la curiosidad de ser niño. Mientras el cuarteto se ocupa de sus asuntos diarios, el mal ha llegado a su pequeña ciudad en forma de una plaga conocida como “salvaje”, que contamina a los padres y los inspira a asesinar a sus hijos sin remordimientos ni culpas. Mientras el caos se apodera de las calles del vecindario, Carly y Josh logran encontrar su camino a la seguridad temporal. Holgazaneando dentro de la casa, los hermanos no se percatan de la llegada de Brent y Kendall, quienes lentamente se vuelven locos y planean asesinar a sus hijos.
Mamá y papá (Mom and Dad, 2017), el thriller de terror -con elementos de comedia negra- escrito y dirigido por Brian Taylor (Crank, 2006; Ghost Rider: Spirit of Vengeance, 2011), posee una locura inquietante e hilarante que se ahoga paulatinamente en su engreída vanidad. La narrativa del filme está impulsada por las divisiones culturales y brechas entre la generación X, la generación millennial y los baby boomers. Los padres están definidos por señales conscientemente derivadas de conformidad suburbana. Brent es un zángano oficinista que duerme durante las horas de trabajo, mientras que Kendall, que dejó su carrera en el periodismo para convertirse en ama de casa, lucha por aprovechar su tiempo libre. La hija adolescente es el estereotipo del millennial obsesionado con su teléfono, mientras que el abuelo (Lance Henriksen), un veterano de Vietnam, se queja de las nuevas generaciones de no exhibir un sentido de supervivencia y patriotismo. Cada generación ve a la otra como inferior y falsa; a partir de esos sentimientos e impresiones, Taylor despliega excesivamente un banquete de odio desenfrenado. El guion abre con la idílica apariencia de los suburbios de Estados Unidos para revelar relaciones cancerosas en su interior, con Brent y Kendall luchando para seguir siendo importantes en la vida de sus hijos. Carly es el principal problema, mostrando su crueldad adolescente en su totalidad mientras aplaca el afecto de su madre. Los Ryan tienen un hogar encantador y el potencial de felicidad, pero la estabilidad es simplemente una ilusión. La actuación desquiciada de Nicolas Cage es uno de los elementos más destacados del filme; el actor regresa a un estado salvaje de aullidos y tics que no había explorado agresivamente en años. Hay reminiscencias de los ataques zombis en el filme, pero en realidad se trata de la representación de la crisis de los padres llevada al límite. Brent y Kendall absorben las humillaciones diarias, anhelando la libertad de la juventud y, por momentos, arrepintiéndose del camino que eligieron: formar una familia. Mientras estalla el caos, mostrando a los padres brutalmente asesinando a sus hijos en toda la ciudad, Mamá y papá tienen algunas escenas sofisticadas y viscerales que exploran el vacío de la crisis de la mediana edad, mientras Brent construye una mesa de billar en su sótano, tratando de sofocar los sentimientos de desesperanza, ya que la responsabilidad corporativa y parental ha borrado su identidad, con Kendall compartiendo los mismos temores. Sin embargo, hay tanto exceso neobarroco en la película -es difícil hallar pequeños fragmentos de silencio-, que desvían la atención de Taylor de las ideas profundas (sobre la supresión del yo en la búsqueda de la normalidad percibida) que plantea, pero que no logra desarrollar con pertinencia y claridad. El director ofrece breves destellos de conciencia, pero el resto de la experiencia visual está empapada de tensión -aunque un tanto insípida- alrededor de los intentos de Brent y Kendall de asesinar a sus hijos.
Fecha de estreno en México: 1 de junio, 2018.