En la tercera y última entrega de la saga Maze Runner, seguimos de cerca a Thomas (Dylan O’Brian), quien, acompañado por los amigos que hiciera en El Laberinto (Newt, Fripan) y luego de salir de él (Brenda, Jorge y Vince), se introduce en la única ciudad erguida del mundo para salvar a Minho (Ki Hong Lee), víctima de los experimentos crueles que realiza W.C.K.D. (organización encargada de encontrar la cura al virus que ha arrasado con la humanidad) y averiguar por qué es inmune. No obstante, lo que parecía ser una misión de rescate, se ve afectada por los conflictos sociales de una rebelión latente en las orillas de la ciudad, además de complicarse por el encuentro con personajes del pasado de Thomas.
Resulta inevitable e, incluso, necesario, comparar el final de una trilogía con sus inicios. La resolución épica de los filmes basados en la obra literaria de James Dashner y dirigidos por Wes Ball (The Maze Runner, 2014), tomó más tiempo del esperado en presentarse, y los resultados, analizados en retrospectiva, son apenas aceptables. La primera entrega estaba cargada, más allá de la adrenalina, de simbolismos, alegorías e intrigas: la mayor cualidad del primer filme estaba en el misterio y en la discreción, en lo concreto, pues estos elementos no sólo dotaban a cada personaje de matices psicológicos importantes, sino que cada situación, cada movimiento y decisión que Thomas u otro tomara, resultaba ser sumamente significativa. Por su cuenta, el segundo filme dejó buena parte de eso atrás, manteniendo, evidentemente, el misterio (descubrimos qué es lo que se tramaba hacer con ellos y por qué), pero perdió los simbolismos, la tensión narrativa y diluyó la transcendencia de las decisiones de los personajes, sustituyendo todo aquello con los escenarios pomposos y las ruidosas armas de un filme de acción convencional. Finalmente, el último capítulo está compuesto de meras persecuciones y balazos. Si bien es cierto que hay interesantes guiños de crítica anclada en las diferencias sociales (al estilo grotesco de Mad Max: Fury Road, pero sin la misma ferocidad), y que hay un sugestivo conflicto emocional, dichos elementos no alcanzan a desarrollarse debido a la celeridad con que tiene que contarse la historia, lo que transforma cualquier oportunidad de reflexión, en un tropiezo banal; ni siquiera el relato mesiánico que se construía desde las entregas anteriores, alcanza su punto climático.
Fecha de estreno en México: 2 de febrero, 2018.