Conoce la verdadera historia detrás de Mi última voluntad
Madeleine (Marthe Villalonga) es una anciana que, día con día, literalmente va tachando en una lista actividades que ya no puede realizar: bañarse, vestirse, agacharse, subir escaleras. Ahora el turno es de conducir su auto. En pocos segundo estuvo a punto de atropellar un ciclista (que le grita se consiga una silla de ruedas), se le apagó el auto y cuando quiso reincorporarse por poco y se lleva a un motociclista. El caos vial que provoca la deja atolondrada. Se acerca su cumpleaños 92 y, el día de la celebración en casa de unos de sus hijos, la familia completa reunida para celebrarla, Madeleine les suelta una confesión que los deja, a todos, perplejos: ha decidido que, habiendo vivido suficiente, quiere poner fin a su vida y, además, exige le respeten su decisión. Sus hijos, el malmodiento Pierre (Antoine Duléry) y la atribulada Diane (Sandrine Bonnaire) reaccionan como la mayoría de la gente lo haría: no solo con desconcierto, sino también con enojo. Pierre de manera torpe y violenta, Diane apelando al sentimiento pero también a la razón, intentan persuadirla, más bien convencerla, es más, incluso obligarla a que desista de lo que consideran es un disparate que raya en la locura. Pero Madeleine se mantiene firme, inamovible en su resolución. No se trata de una ocurrencia y, mucho menos, de un desplante chantajista. Madeleine lleva muchos años procesando esa idea que, en su ordenamiento mental, es la única forma en que podrá evitar la pérdida de dignidad al final de su vida.
El filme dirigido por la también actriz, Pascale Pouzadoux, está armado a partir de fórmulas, pero no hollywoodenses sino francesas, y los galos tienden a utilizarlas sin importar el género mediante el que se quieren contar las historias. Siempre hay momentos graciosos (o que aspiran a serlo, porque ése no es precisamente el fuerte de los franceses), otros tiernos, unos más dramáticos y, por lo general, alguno de epifanía. Esta colección de situaciones en sí misma está lejos de ser negativa, por el contrario; si no fuera porque en cada uno de ellos se recurre a situaciones derivativas, de copy-paste de muchas otras películas. Pero por otro lado, al hablar de un filme francés, también es casi una garantía que cuando menos se plantearán un par de temas trascendentales y que éstos serán abordados con clase y un grado asegurado de profundidad que perfora la superficie del tratamiento. Mi última voluntad habla del suicidio (porque eso es lo que, sin eufemismos, quiere cometer la protagonista), a partir de la historia verídica en la que está basado el guion, y el delicado tema es abordado con respeto y con atención a considerar el mayor número de ángulos posibles sobre su naturaleza, repercusiones y resonancias en los seres cercanos de quien quiere quitarse la vida; sin dogmatismos y sin alarde de propaganda. Sin embargo, como es casi inevitable en un tema tan espinoso, Pouzadoux sí acude a recursos sentimentalistas aquí y allá, tenues y delicados (elecciones formales en la selección musical, de iluminación, de montaje, incluso uno menos sutil como es el contraponer al irritante y violento personaje de Pierre con el agradable y amoroso de Madeleine) pero igualmente eficaces en términos narrativos y particularmente de discurso, para inclinar la balanza a favor de la libertad que, propone, una persona debe tener para poder finalizar su existencia. Y, más allá de posturas morales, o también legales, el auténtico acierto del filme no es únicamente poner sobre la mesa de debate los distintos posicionamientos que puede haber en torno al suicidio, o en concreto la emotiva forma en que desarrolla la relación de la madre con la hija que aprende a entenderla (o lo intenta con genuina empatía), sino la manera en que plantea algo en lo que sí debería haber unanimidad absoluta: la imperiosa necesidad de, sin renunciar al diálogo y a la posibilidad de expresar puntos y argumentos, finalmente respetar la libertad que tienen los demás para tomar sus propias decisiones, por más descabelladas que en primera instancia puedan parecer. Pero, no solo eso, sino una vez que eludimos esa tremenda barrera, y máxime si se trata de una persona a la que amamos, además de todo debería ser una exigencia apoyarla.
Alfonso Flores-Durón y M.
Fecha de estreno en México: 6 de octubre, 2017.
Consulta horarios en: Cinépolis, Cinemex, Cineteca Nacional, Cine Tonalá