Violeta (Guillermina Campuzano) es una profesora de kínder que vive junto con su pareja, Ismael (Pablo Abitia), un hombre que sigue los pasos e imita el look de Dave Gahan (cantante de Depeche Mode) con la ilusión de convertirse en un destacado e influyente rockstar. A pesar de sus actitudes de mujeriego, la relación con Violeta no tiene mayores complicaciones, pero cuando ella le propone tener un hijo, él se niega rotundamente porque sólo desea la fama en la escena musical. A partir de ese momento surgen las tensiones en la pareja y Violeta, quien comienza a pasar más tiempo con un joven misionero mormón (Evan LaMagna), no está dispuesta a abandonar su sueño de convertirse en madre. Si hace poco más de 40 años, Gustavo Alatriste mostró cómo el cartón y la lámina crecían entre los pantanos de la vieja zona de Nezahualcóyotl en el documental Quien resulte responsable (1970); ahora el cineasta mexicano, Carlos Enderle (Crónicas chilangas, 2009), ambienta su filme en el paisaje gris, urbano y contemporáneo de uno de los municipios más densamente poblados del país para centrarse en los sueños y anhelos de los personajes que ahí residen. Filmada en 16mm y en su afán por imitar una estética del videoclip ochentero, el aspecto visual de Minezota se percibe áspero, brusco y con encuadres descuidados; no obstante, la transición del blanco y negro al color deviene oportuna porque representa una especie de “borrón y cuenta nueva” en los caminos que seguirán los protagonistas, principalmente Violeta, que rompe con el esquema de la mujer maltratada y débil. Aunque existen las intenciones de hacer a un lado los estigmas de Neza, una de las secuencias cruciales del desenlace cae nuevamente en el estereotipo de la violencia y la marginación con la que se ha retratado aquel municipio en los medios audiovisuales.
Minicrítica escrita durante el FICM 2016
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