Agobiado por la ardua producción y dirección de The Avengers (2012), Joss Whedon, decidió tomarse un descanso de 12 días. En ese tiempo, convocó a un grupo de amigos y filmó su versión del guión de Mucho ruido y pocas nueces, obra teatral homónima de William Shakespeare. Su casa fungió como locación y sus camaradas actores entraron al juego. El resultado, una comedia negra encantadora.
La comedia rodada en blanco y negro, y ambientada en un lujoso suburbio contemporáneo estadounidense, trata sobre lo que ya conocemos: dos parejas a punto de casarse, con dos visiones distintas del amor, son puestas en aprietos a través de rumores, malentendidos y forzadas confesiones. El mayor acierto del filme radica en la fidelidad al espíritu literario y profundamente artístico de la obra, que en su momento era el equivalente de una “comedia romántica” para las cortes. Lo que más ha llamado la atención, la adaptación de ese lenguaje y modales de la época isabelina a los escenarios y gestos de la vida moderna; por ejemplo con el uso de los teléfonos inteligentes para comprobar las listas de soldados que regresan de la guerra, un guiño algo artificioso e innecesario, pues el papel y los comunicados de prensa siguen siendo un referente de este tipo de situaciones públicas. Hay toques encantadores apenas relacionados con el cambio de imagen: un dormitorio infantil de una niña con todos los juguetes de peluche y hasta un hardware con branding de Barbie. Quizás en la parte sonora es donde la adaptación tiene su mayor impacto: una banda de jazz que ambienta los momentos más lúdicos y que se desvanece cuando se insinúa una ligera tristeza. Sin embargo, es claro que Shakespeare ha dejado mejores herencias –y más cinematográficas– en el mundo del cine. VSM (@SofiasanMarin)