En un contexto dictado por las reglas sociales y el fantasma que se avecina del caos de la guerra civil de 2011, Nahla (Manal Issa), una joven siria de 25 años que habita en Damasco, se muestra insatisfecha, enfadada y hostil ante las invitaciones y los cortejos de los hombres. Como parte de un plan para eventualmente trasladar a toda la familia a los Estados Unidos, la madre de Nahla, Salwa (Souraya Baghdadi), ha dispuesto que su hija se case con Samir (Saad Lostan), un estadounidense nacido en Siria. Pero cuando Samir viaja para conocer a su futura esposa, se siente más cómodo y entusiasmado con su hermana más joven y recatada, Myriam (Mariah Tannoury). Paralelamente, Nahla comienza a sentir curiosidad por su nueva y misteriosa vecina, Madame Jiji (Ula Tabari), una mujer que dirige y maneja un burdel y, a medida que la curiosidad de Nahla se vuelve más intensa, crea fantasías y deseos en torno a un atractivo hombre, sumergiéndose en una realidad alternativa, más luminosa, más estable, más satisfactoria.
En su ópera prima titulada My Favorite Fabric (Mon tissu préféré, 2019), la cineasta siria Gaya Jiji se concentra en las turbulencias y fantasías de su protagonista para elaborar una declaración contundente sobre el conflicto en Siria y su efecto sobre las mujeres de aquel país. Nahla no hace revoluciones en la vida real, pero frente a un paisaje oscuro y desolador hace su propio viaje existencial, en el que las fronteras entre realidad e imaginación también se van rompiendo paulatinamente. La mujer no se posiciona sobre lo que está sucediendo en el país, pero a través de sus no posicionamientos la inquietud de su generación toma forma. Cuando el horizonte es bochornoso y abrumador, uno puede tomar el camino de la fantasía como forma de contrarrestar las diversas hipocresías dominantes en el contexto de lo real. La inestabilidad provocada por la revuelta en curso resuena en forma de choques íntimos y existenciales que inducen a Nahla a lidiar con identidades ancestrales, esferas oníricas influenciadas por fantasías sexuales y una búsqueda de sí misma. Conforme avanza, su historia se apoya cada vez más en atmósferas oscuras y enrarecidas, donde la marca de la realidad se vuelve menos descifrable. Nunca político en sentido estricto, lejos del consolidado neorrealismo de Medio Oriente y sin la necesidad de recurrir a la retórica feminista inmediata y didáctica, Nahla se configura como sinécdoque de una nación y sus inminentes revueltas.
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