Impaciente, Harley (Arielle Holmes) le pregunta a Ilya (Caleb Landry Jones): “¿Me perdonarás si me mato?”. Él asiente sin dudar. Y ella actúa en consecuencia. Más que una historia de amor, la relación entre este par es una de destructiva codependencia. Y la cercanía con la muerte es la geografía en la que han acomodado sus vidas. Ambos son junkies que habitan las calles de Nueva York. El clímax de su día llega cuando pueden inyectarse algo de heroína. Y para lograrlo deben robar y mendigar. La comida y el techo son lo de menos. Si lo tienen, bien. Si no, ya vendrá. Lo único indispensable son los narcóticos.
Uno de los directores, Josh Safdie, estaba buscando actores para otro proyecto cuando la visión de Arielle Holmes mendigando en el metro de Nueva York llamó su atención. Le preguntó que si quería participar en su proyecto, y ella, sonriéndole a su suerte, aceptó. Con el tiempo y el trato, la conoció más, y la convenció de escribir sus memorias (que se publicaron bajo el nombre de Mad Love in New York City), hasta que finalmente el director decidió llevar al cine esta adaptación de las memorias de Arielle, que ella misma protagoniza. Con un estilo de documental guerrillero muy limpio, con mucha cámara en mano y zooms aparentemente fuera de ritmo, nos sumergimos en la vida de las calles de esta hostil metrópoli, en la que la gente es totalmente indiferente a todo lo que sucede a su alrededor. Esta historia de adicción y sobrevivencia, de calles sucias que se recorren sin miedo y de baños públicos como el último espacio privado, es contada de forma vertiginosa, con música original de Ariel Pink y Paul Grimstad que le inyecta dosis extra de vértigo y ansiedad, para hacer que el día a día se sienta impredecible y emocionante, sin que llegue a hacerse una apología de la drogadicción. Al contrario, los personajes no dejan de heder desesperanza y enfermedad a través de la pantalla.
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