Después de cumplir una breve condena por robo, Ezequiel (Omar Chaparro) abandona la cárcel con la firme intención de recuperar su botín. Su amiga Jenny (Rocío García) ha enterrado el dinero en el patio del instituto “Frida Kahlo”, pero cuando llegan ahí, resulta que han construido un gimnasio y el tesoro se encuentra debajo de las nuevas instalaciones de la escuela. Ezequiel pretende aplicar para el nuevo empleo como conserje, pero debido a una serie de confusiones y eventos desafortunados, la directora de la escuela, Miss Gaby (Mónica Dionne), decide contratarlo como profesor suplente. Para poder llevar a cabo su plan –que consiste en cavar un túnel durante las noches–, Ezequiel se aprovecha de la ingenuidad y nobleza de Lucy (Martha Higareda), una profesora del colegio llena de inseguridades y desesperada por no pasar desapercibida ante sus alumnos. Sin embargo, cuando él debe comenzar a impartir las clases, descubre que el clima hostil de la escuela es equiparable a lo que vivió en prisión.
No manches Frida (2016), dirigida por el cineasta español, Nacho G. Velilla (Perdiendo el norte, 2015), es una réplica de la trama y la variada paleta de colores –cuyas referencias explícitas al street art hacen recordar los graffiti del artista callejero neoyorquino Seen– que empleó el cineasta alemán, Bora Dagtekin, en Fack ju Göhte (2013). Esta nueva versión “a la mexicana” es una mezcla irregular de la historia del profesor con métodos poco ortodoxos para “domesticar” estudiantes rebeldes, más la aventura de un túnel excavado en secreto para recuperar el tesoro perdido, más el romance idílico entre la mujer bondadosa y el patán desenfrenado. Además de estos ejes primordiales, el filme añade subtramas vergonzosas que involucran a personajes que se sienten desaprobados socialmente y que terminan traicionando su esencia con la única intención de agradarle a los demás, como en el caso de Laura (Carla Adell), la hermana menor de Lucy. No manches Frida bien podría disfrazarse como un regalo especial para todos aquellos maestros que en algún momento se han sentido frustrados por su trabajo y que han fantaseado con la posibilidad de ignorar, insultar, agredir y humillar a sus alumnos; acciones que sí ejecuta Ezequiel con las que es capaz de acercarse a los alumnos más problemáticos para construir una relación de confianza y camaradería. Aunque la película insinúa el lado negativo de las instituciones educativas que carecen de estrictos procesos para la contratación de profesores, éste termina siendo un tema de poco interés para el director, quien prefiere evitar un tratamiento serio o crítico a favor del entretenimiento. Y no hay problema con esa decisión. Sin embargo, cuando la mayoría de los chistes recurren al lenguaje soez y se evidencia la incapacidad para utilizar las palabras de manera ingeniosa o hilarante, la comedia se vuelve predecible, torpe y, lo peor de todo, es muy poco sutil en el tratamiento que reciben sus personajes femeninos. Todas las mujeres adultas que están a su alrededor, incluyendo a una extrovertida maestra (Fernanda Castillo), parecen adorar –de la nada– la frialdad e indiferencia de Ezequiel. Ellas se reducen a mecanismos que sólo pronuncian “lo guapo, lo buena onda y lo interesante” que es el nuevo profesor para que automáticamente toda la atención se centré en Omar Chaparro, quien, a pesar de su esfuerzo, es incapaz de ofrecer los matices necesarios para que su personaje sea complejo y atractivo. Incluso Lucy, la única que en su momento es capaz de enfrentar al malandrín, se muestra como mojigata, reprimida y débil al aceptar que la única manera de no ser rechazada es adoptando comportamientos que no son propios de su personalidad y adorando la genialidad encantadora y superior de Ezequiel. Al igual que la versión original, No manches Frida carece de la irreverencia y la anarquía de la que se hace alarde en un principio y termina por caer en la autocomplacencia, en un tibio relato de superación y redención, y en una insípida e insulsa comedia.
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Fecha de estreno en México: 16 de septiembre, 2016.