Niko Fischer (Tom Schilling), de 27 años, se establece como un personaje de la inacción. A lo largo del filme, lo vemos como un joven acostumbrado a renunciar y abandonar cualquier proyecto que ya ha iniciado, evitando reunirse con otros o llegando tarde a sus compromisos ya pactados. Su historia, que transcurre durante un lapso de 24 horas, inicia cuando él despierta junto a su novia sólo para demostrarnos que es incapaz de, ante la sugerencia de ella, comprometerse a volver a verla más tarde: el fin inminente de un noviazgo. Niko se dirige a su propio apartamento para, después de lidiar con un vecino entrometido, decidir salir e invertir todo el día a la deriva por la ciudad de Berlín sin motivación alguna. Su único deseo constante es una taza de café, pero las diversas circunstancias, principalmente la falta de dinero, le frustran conseguir su bebida preferida.
A pesar de su tono crítico, la tragicomedia Oh Boy, 24 hrs. en Berlín (Dir. Jan Ole Gerster, 2012) no condena a Niko; él es un carismático flâneur que transita por las calles de su ciudad sólo para tener encuentros –la mayoría desafortunados– con su amigo, su padre, una antigua compañera de escuela y un anciano borracho que le platica sobre un incidente que tuvo en su infancia. El filme emplea fotografía en blanco y negro, banda sonora de jazz y humor inexpresivo para crear una atmósfera de melancolía que explora la falta de compromiso de un hombre a la deriva. No obstante, Gerster logra representar hábilmente –mediante los personajes que acompañan a Niko– tres generaciones opacadas por los fantasmas de la Segunda Guerra Mundial. Los más ancianos continúan afectados por el régimen nazi; la generación intermedia, la de su padre, permanece estancada al no saber cómo enfrentar la sombra del oscuro episodio alemán; y la generación de Niko es la que debería tener el mayor potencial para avanzar y evitar que los fantasmas se sigan haciendo presentes.
LFG (@luisfer_crimi)