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“Aléjate del futbol como de la plaga”, le dice su padre (Seu Jorge, famoso por Ciudad de Dios) al niño Edson (Leonardo Lima Carvahlo), a quien sus amigos le dicen Dico, en una de las primeras secuencias de Pelé: La película. Le cuenta a su hijo que él pensaba dedicar su vida al futbol hasta que una lesión truncó su carrera y, sin estudios ni educación formal (historia común entre aspirantes a futbolista), terminó limpiando baños. Su madre (Maria Nunes), le advierte, jamás permitirá que el cuento se repita con él, por lo que debe enfocar todas sus energías en su preparación escolar. La familia (compuesta además por un hermano y una hermana menores) vive en un barrio muy, pero muy pobre de Sao Paulo. Para Dico el futbol es, sencillamente, su vida y, con permiso o sin permiso, juega todo el tiempo con sus amigos por las calles con una pelota hecha con retazos de tela y de lo que sea; mientras sea redonda y se pueda patear, qué digo patear, transformar en poción mágica. Los niños, todos, juegan futbol de forma sublime, pero definitivamente destacan las cualidades de Dico. Un día, al acompañar a su madre a la casa en donde labora como empleada doméstica, ocurren dos situaciones claves para el resto de su vida, encapsuladas en apenas unos segundos: estando ellos en la cocina, llega el hijo de los dueños de la casa con sus amigos, vestidos de futbolistas, ensuciando lo que la mujer acababa de limpiar. Los señoritos ricos y engreídos entablan diálogo con Dico y hablando sobre fut le preguntan cuál es su jugador favorito. Tímido, él les contesta el nombre de un portero pronunciándolo erróneamente y, burlones, comienzan a decirle “Pelé” al niño, toda vez que el vocablo suena similar al que respondió. Después, al irse, los chicos dejan un volante en el que se anuncia un torneo de futbol juvenil. Dico lo guarda a escondidas y, más tarde, lo comparte con sus amigos. Sin uniforme, sin balón, sin zapatos, los niños se inscriben y comienzan a ganar partido a partido hasta llegar a la final….contra el chico de la casa y compañía. Para molestarlo e intimidarlo, a éstos se les ocurre gritarle “Pelé” a Dico y, cuando él comienza a desplegar sus dotes sobrenaturales en la cancha, los asistentes vitorean “Pelé-Pelé-Pelé” en su honor. Un descubridor de talentos del equipo Santos se acerca a su padre y le ofrece su tarjeta de presentación para que lleve a Dico a probarse al equipo grande de la ciudad. Tras la renuencia inicial de su madre y el apoyo tímido de su padre (que incluso, a escondidas, le ayuda a perfeccionar su técnica dominando distintos tipos de fruta, mango entre ellos), Pelé termina recibiendo la bendición familiar para ir a probar fortuna al Santos de Brasil. Y, aunque al inicio se le dificulta la adaptación al equipo, todos ya sabemos que a partir de entonces, sería imposible que la historia que la vida de Pelé tuvo y que casi todo el mundo conoce se torciera de forma inexplicable en una película sobre su propia vida.
Desde que en la secuencia de los créditos, al inicio de la película, aparece el nombre de Pelé como productor ejecutivo, podemos anticipar lo que nos espera: una apología sin espacio para sombra alguna que distorsione la imagen que Edson Arantes Do Nascimento por años ha cultivado y cuidado. Porque además de excelso futbolista (el mejor de la historia) ha sido un gran mercadólogo de sí mismo, como Warhol, versión Verde-amarela. Y sí, lo es. Pero no solo es eso, también es un catálogo de clichés, de secuencias prefabricadas, de formaciones conceptuales preconcebidas, de tácticas narrativas predecibles, de jugadas con moralejas desinfladas. El niño pobre con enorme talento al que parece que la vida le coloca un obstáculo tras otro con tal de que no pueda encontrar el cauce que lo conduzca hacia el destino glorioso que está escrito para él hasta que, consejos, enseñanzas, lecciones, también tropiezos y, por supuesto, uno que otro golpe de suerte de por medio, finalmente se cumplan los designios de los dioses (en este caso los del futbol). Cada elemento está puesto ahí para conmover, para manipular emocionalmente al espectador, aunque no sea necesario pues la historia es de por sí especial, única, y tiene todos los valores que se quieren restregar en la mente y alma de la audiencia pero que bien podrían plantearse sin necesidad de pensar que quien lo ve es tonto y requiere que le den un balonazo en el rostro para entenderlo. Más allá del buen ritmo sobre el que se monta este espectáculo, de lo bien filmadas que están las secuencias que involucran un balón de fut (capturadas por Matthew Libatique, responsable de Straight Outta Compton), aunque éste no llegue ni a eso (no es habitual verlas ni en películas de este deporte), y de algunos datos significativos que nos comparte la película (el origen del nombre de Pelé, verlo limpiar mierda al acompañar a su padre, sobre todo saber que el famoso Jogo Bonito tiene una explicación en el Ginga -que es un estilo surgido a partir de esa disciplina que es el Capoeira, herencia de los esclavos negros que llegaron durante la colonización de Brasil-, y recuperar sus proezas a los 17 años con la Selección de Brasil en el Mundial de Suecia 1958, por ejemplo), y de que muchos eventos de su vida son trampeados para que se ajusten al arco dramático que la receta exige, la película más bien parece un largo video de propaganda, un extenso comercial que Pelé se mandó a hacer y en el que, además, como remate a boca de jarro, se da el lujo de aparecer en un cameo planteado con torpeza. Si les gusta el futbol disfrutarán, cuando menos, conociendo, recordando o reviviendo momentos icónicos de la historia de “O Rei del futbol mundial”. Si no les gusta este deporte o los tiene sin cuidado, aléjense de la película como de la plaga.
Alfonso Flores-Durón (@SirPon)