En Pirosmani (1969), una de sus primeras películas pero quizá la más destacada de su filmografía, el cineasta georgiano Giorgi Shengelaia presenta a Niko Pirosmani (1862-1918) como el artista torturado por excelencia de antaño, con una vocación de crear como un monje; un inadaptado condenado a sufrir a manos de una sociedad banal y pragmática que no puede comprenderlo; un forastero que eligió conscientemente una existencia nómada. Desde muy temprano como huérfano, su vida estuvo marcada por contratiempos y por la incapacidad de adherirse al tejido social y cultural convencional que lo condujo, a partir de 1900, a depender únicamente de su talento como pintor para ganarse la vida. Autodidacta, vagabundo, serpenteante entre la ciudad y el campo, Pirosmani encarna la visión moderna del artista clarividente al margen de la sociedad. Lejos de los espacios intermedios simbólicos de galerías, grupos de artistas y museos, Pirosmani forjó una obra imbuida de modestia en las tabernas y establos de Tiblisi y sus alrededores, pintando por encargo u ofreciendo su arte a cambio de comida.
Los acontecimientos del filme son narrados y estructurados a través de imágenes alusivas a las mismas pinturas del artista. Las imponentes figuras y motivos de Pirosmani, con su poderosa calidad gráfica, son muy variados: un tren que recorre el campo de noche, una mujer con una jarra de cerveza, un jabalí monumental y, en ocasiones, animales imaginarios inspirados en una jirafa o un león merodeando tierras fantásticas. Rara vez fechadas, sus pinturas sobre tela encerada están compuestas en gran parte de blanco y negro, animadas por la presencia del azul o el rojo. En episodios cortos que son introducidos por pinturas de Pirosmani, seguimos al protagonista (interpretado por Avtandil Varazi) caminando de un extremo al otro del marco, buscando un lugar donde sea bienvenido. El personaje manifiesta su talento pintando paredes, leyendas o cuadros que adornan los numerosos restaurantes de la capital de Georgia. El mundo que Shengelaia describe en su película está ensombrecido por un fuerte sentimiento de melancolía. A pesar de que la mayoría de las escenas se desarrollan en restaurantes, bodegas y fiestas, el espectador se ve expuesto a un mundo triste y desolado donde predomina la incomunicación. Al aceptar su destino, vemos a Pirosmani agachado, rechazando al mismo mundo que ya lo ha rechazado. En este sentido, la obra de Shengelaia no es una simple biografía o el intento de ilustrar la vida de un gran artista. El filme es representativo de la generación de los 60 (conocida como “Samozianelebi”), un punto culminante en la cultura cinematográfica europea, en la que por temor a la censura restrictiva de la Unión Soviética, el cine georgiano desarrolló un lenguaje de fábula para aludir a un tiempo y una nación específica en búsqueda de una identidad propia.
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