Eric (Sam Rockwell), un padre de familia recién desempleado, y su esposa, Amy (Rosemarie DeWitt), se mudan a su nueva casa con la esperanza de reiniciar sus vidas. En esta importante decisión los acompañan sus tres hijos; la insolente adolescente Kendra (Saxon Sharbino), el tímido y miedoso Griffin (Kyle Catlett), y la intrépida Madison (Kennedi Clements). La casa tiene algunas peculiaridades: la barandilla proporciona descargas de electricidad estática de vez en cuando, y el armario de un dormitorio está aparentemente cerrado. Por la noche, se producen ligeras subidas de energía eléctrica activando las bombillas, los juguetes eléctricos y otros aparatos. Cuando Griffin despierta y se dirige a la sala, encuentra a su pequeña hermana, Madison, respondiendo las misteriosas preguntas que se producen en la estática de la televisión. Muy pronto, la familia deberá enfrentar las consecuencias de los fenómenos paranormales provocados por los muertos del cementerio sobre el que fue construida la casa.
La falta de originalidad es uno de los grandes lamentos de la mayoría de los seguidores del cine de terror. Devoramos cada nueva película que se lanza en nuestro camino esperando, ingenuamente, que se trate de la obra que romperá los esquemas desgastados y repetitivos del género, que nos sorprenderá y nos provocará miedo como cuando éramos niños. Nuestros filmes de terror preferidos son aquellos que no podemos olvidar por la angustia que sentíamos al verlos, por la cobardía que impregnaba nuestro cuerpo cuando, durante las noches, los recordábamos. Cuando nos enteramos que uno de estos clásicos se “reinventa”, se “reinicia” y se “rehace” pensamos que quizá no funcionará; después de verlo, comprobamos que si un clásico del género funciona ¿por qué la necesidad de meterle mano? Poltergeist: Juegos diabólicos (Poltergeist, 2015) es un remake innecesario que sólo está preocupado por la confección de efectos visuales llamativos que seduzcan la pupila del público más que por apelar al desarrollo de un relato que apunte a la turbación y al sobresalto de los espectadores. El filme de 1982, dirigido por Tobe Hooper (The Texas Chainsaw Massacre, 1974) y escrito por Steven Spielberg, era un thiller eficaz, no tanto a causa de los efectos especiales, sino porque los sucesos incomprensibles al interior de la casa eran percibidos con mucho pavor por cada uno de los miembros de la familia; los espectadores, entonces, nos sentíamos cercanos a las preocupaciones de los padres y a los traumas de los hijos. Esta película provocó que los niños se atemorizaran con los árboles de sus jardines; que vieran –junto con It (1990)– a los payasos como seres malévolos; que los padres revisaran los armarios cada noche. Sin embargo, la perversidad y contundencia de estos elementos macabros se perdieron al momento de rehacer este clásico del cine de terror. La nueva versión, dirigida por Gil Kenan (Monster House, 2006; City of Ember, 2008) mantiene los detalles de la historia original, pero es incapaz de aportar una nueva mitología al relato ya conocido; en última instancia, es un remake superficial, cuya realización responde más al interés de explotar comercialmente el nombre de la obra original que al ferviente deseo de hacer algo más interesante y provocador con un clásico de hace 33 años.
LFG (@luisfer_crimi)
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Fecha de estreno en México: 26 de junio, 2015.