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Una debilidad frecuente en el trabajo de los directores primerizos es la falta de valor para arriesgarse y proponer. A Preludio no le podemos reclamar la falta de riesgos pero tampoco podemos aplaudirle a alguien que se avienta de un avión sin paracaídas. La apuesta del director Eduardo Lucatero es retratar la cotidianeidad de una conversación entre dos personas que se acaban de conocer, sin hacer un solo corte durante los 72 minutos que dura el largometraje. Una chef y un músico comienzan una plática cuando salen a fumar a la azotea durante una reunión. Prácticamente nada más sucede y todo lo que tenemos es la conversación por la que nos enteramos de sus sueños, desamores y comidas favoritas.
La idea no es completamente absurda, aunque la imagen de dos actores hablando en un solo lugar sin poder equivocarse porque no hay posibilidad de cortes, ya comienza a hacer un gran eco teatral. Pero lo peor viene después, cuando la poca verosimilitud de los diálogos es exacerbada por la pobreza de las actuaciones. Por si no bastara, la realidad que se eligió retratar difícilmente podría ser más aburrida y saturada de clichés. Preludio es como cuando en la fila del banco nos toca escuchar la conversación de dos personas que hablan demasiado alto y no podemos dejar de reprocharnos no haber llevado unos audífonos.
AVE(@AloValenzuela)
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