Una a una, varias personas se forman a las puertas de un restaurante de ramen ubicado en Takasaki, una ciudad perteneciente a la prefectura de Gunma al este de Japón. El dueño, Kazuo Yamamoto (Tsuyoshi Ihara), prepara cuidadosamente los platos que sirve en el lugar con la ayuda de su hermano Akio (Tetsuya Bessho), y su hijo Masato (Takumi Saitoh). Pese al éxito del lugar, hay un dolor latente que envuelve la dinámica entre padre e hijo -la muerte, años atrás, de Mei Lian (Jeanette Aw), esposa y madre respectivamente-, creando una distancia que los consume poco a poco. Después de que Kazuo sufre un paro cardiaco, su hijo encuentra, en una vieja maleta verde, un diario que su madre llevaba cuando decidió dejar su país para mudarse a la ciudad japonesa con su esposo. Masato decide viajar a Singapur, lugar de origen de Mei Lian, para conocer los lugares que su madre frecuentaba en su juventud. En su recorrido, arregla un encuentro con Miki (Seiko Matsuda) -una videobloguera que reseña comida de diversas partes del mundo y con quien mantiene una relación epistolar desde tiempo antes-, para pedirle que le ayude a traducir el cuadernillo, en el que Mei Lian escribe sobre comida, soledad, amor y la familia que perdió. Mientras más tiempo pasa leyendo las anotaciones de su madre, Masato comprende los vínculos inconclusos que afligieron a la mujer durante sus últimos años de vida, por lo que decide buscar a su familia materna y tratar de enmendar las cosas.
En su mayoría, los filmes que hablan sobre comida muestran cierto encanto que rodea el acto mismo de la preparación de un alimento. Descrito incluso como algo mágico, tenemos una ceremonia que conjuga disciplina y armonía, al punto de conseguir hacer de aquellos ingredientes básicos, una obra maestra culinaria. Películas como Chef (2014), de Jon Favreau, nos hablan del perfeccionamiento y del compromiso ante la elaboración de un sándwich –cubano- y cómo esto llega a ser más gratificante que su trabajo en un reconocido y pomposo restaurante. Sin embargo, el cine que retrata la comida no se reduce sólo a la deliciosa creación, sino también al rito de aquel que lo consume, como en una escena de Tampopo (1985) donde un anciano le muestra a un camionero la forma en que debe ser comido el ramen, haciendo de esta dinámica un solemne culto hacia aquello que nutre su interior. En Recuerdos, amores y fideos (Ramen Teh, 2018), filme dirigido por Eric Khoo (Wanton Mee, 2016; In the Room, 2015), las tomas se decantan no hacia la esteticidad de la comida, sino al tiempo de preparación, a las largas jornadas y a lo demandante –y solitario- que puede ser poseer un restaurante. Desde las primeras escenas de la película, el cineasta pone énfasis en los idiomas, pues los protagonistas hablan en japonés, inglés y chino, lo cual, pese a parecer una compleja barrera idiomática, les permite tender nuevos puentes de entendimiento a través de un lenguaje universal como el de la comida. El guion, escrito por Tan Fong Cheng y Wong Kim Hoh, no sólo se inclina hacia un drama familiar contado a través de flashbacks –Masato recorre las mismas calles y los mismos lugares que su madre cuando tenía su edad-, sino que retoma lo ocurrido en un periodo histórico específico –la ocupación de Singapur por el ejército japonés durante la Segunda Guerra Mundial-, para hablar de la reticencia que puede existir hacia una figura extranjera. Y en este caso, el filme deja muy claro que el miedo no parte de la xenofobia, sino que puede tener un origen válido; cuando Masato visita un museo de guerra, en el país de origen de su madre, escucha con atención los testimonios donde algunas personas narran el horror con el que vivieron la invasión japonesa, mostrando así, que a veces es difícil llegar a eximir el peso del pasado. En una nación, cuyo boom económico sucedió a partir de la intrusión de migrantes, la comida funge como un elemento primario, pues los dota de identidad y pertenencia. Y al mismo tiempo, demuestra a través de la fusión de la cocina que todas las culturas tienen la capacidad de converger sin necesidad de que ocurra ningún conflicto. Así como en In the Room, Khoo construye una metáfora del erotismo a partir de un hotel, en Recuerdos, amores y fideos la comida se convierte en una metáfora del amor, usando este elemento como un traductor universal para expresar lo que otros sienten (aquello que no pueden decir con palabras pero que puede ser expresado en un tazón). En una escena, cuyo referente más popular sería el recuerdo materno que experimenta Anton Ego al probar un platillo en Ratatouille, Masato llora cuando su abuela le prepara un platillo, que él solía comer con su madre cuando aún seguía con vida, haciéndonos partícipes de otro de los poderes fundamentales que posee la comida: la evocación de un recuerdo.
Fecha de estreno en México: 28 de septiembre, 2018.