La casa de Carmen (Dolores Fonzi), donde reside con sus hijos Ana (Paulina Gil) y Daniel (Diego Aguilar), es dominada por un profundo vacío. La mujer deambula como sonámbula, haciendo el mejor esfuerzo por cumplir su papel de madre; intenta procesar un intenso dolor que le impide vivir. Lo suyo es mera sobrevivencia. Los hijos la observan, la sufren, la compadecen. Todos esperan el regreso del padre, sabiendo que no volverá. Ni la colección de pastillas que traga, ni las prolongadas horas en cama, ni las escapadas a tomar whisky y escuchar música, mucho menos el exceso de cigarros atenúan la pena de Carmen. Pero se esfuerza por estar presente para Ana y Daniel, quienes desde su inocencia y su propio aflicción empiezan a reaccionar negativamente ante el entorno. Ana se muestra rebelde y resiente la responsabilidad de hacerse cargo de su hermano cuando la madre está indispuesta; Daniel cela a Carmen cuando ésta se abre a la posibilidad de conocer algún hombre y experimenta con frecuencia la visión de un ser extraño (que solo él puede ver) que en un principio le provoca temor si bien, paulatinamente, al tiempo que el niño va asimilando su presencia, humaniza su figura. El proceso de esta transformación (cuya parte final también es compartido ya por Ana) se da de manera simultánea al de la reconciliación de Carmen consigo misma y con su nueva realidad.
Desde el breve prólogo de Restos de viento (que parece salido de Ratcatcher, de Lynne Ramsay), Jimena Montemayor deja sentadas las bases sobre las que sostendrá su filme: la ausencia, la pérdida y la sensibilidad para asumirlas, a través de planos cerrados que son a un tiempo íntimos, tiernos, melancólicos y, también, enigmáticos. Todo en el filme es terso, cuando menos en la superficie. La iluminación y la forma en que se mueve la cámara (para variar un soberbio trabajo de María Secco), la forma en que Carmen fuma, la manera en que le sirven el whisky, los regaños a sus hijos, el modo en que pasa el tiempo, hasta el punzante sufrimiento que ella lleva dentro es terso. Y, sin embargo, Jimena Montemayor muestra talento para, al mismo tiempo, confeccionar un ambiente hinchado de tensión, que parece estallará a la menor provocación. El drama de ver a los niños incapaces de ayudar a la madre, mientras ellos tienen que digerir su propio duelo (observado, además, en buena medida desde su punto de vista) y el lugar en la realidad que les corresponde (acentuado por el hecho de que la mayor parte de la trama ocurre dentro de una casa) recuerda la premisa de La influencia (2007), el filme del español Pedro Aguilera; en esos contextos, la vida obliga a los niños a convertirse en adultos pese a no estar capacitados para hacerlo. Aunque, a diferencia de en el filme español, en Restos de viento Jimena Montemayor permite que dentro de las mismas grietas del mundo que se derrumba, se filtren algunos centelleos de esperanza.
AFD (@SirPon)
Fecha de estreno en México: 29 de marzo, 2019.
Consulta horarios en: Cineteca Nacional