Reginald Dwight (Mathew Illesley) es un niño regordete, pelirrojo de modales más bien delicados. Vive con sus padres y su abuela materna en Pinner, Middlessex, un suburbio al noroeste de Londres. Pero su padre es una figura ausente que, cuando presente, ignora al niño o, de plano, lo maltrata. La madre es una mujer alocada, despreocupada, que tampoco tiene al pequeño Reg como prioridad y a la que él descubre apasionadamente con otro hombre en un auto, en su propia calle. La abuela sí que se preocupa y está atenta a las necesidades y gustos del niño. Es ella quien se percata del obsesivo interés de Reg por la música y, particularmente, del talento fuera de lo común que exhibe con el piano; ella, por ejemplo, es quien lo acompaña a su audición en la prestigiosa Royal Academy of Music. Es, pues, en la música donde Reg encuentra su refugio y, pasado el tiempo, la armadura que le permite atreverse a afinar sus cualidades y, de modo paulatino, fortalecer su autoestima; si bien tanto la timidez como las raspaduras en su confianza lo acompañan permanente. En cuanto le es posible, el ya joven Reg (Kit Connor) se involucra en la idiosincrásica cultura británica del rock y su vida comienza a cambiar, empezando por su nombre, que se transforma en Elton John y con él su peinado y su atuendo. Pero su destino recibe uno de esos toques gloriosos que suelen ocurrir en la existencia de muchos hombres exitosos (sobre todo en el mundo de la música) cuando ya un joven adulto Reg (un muy adecuado Taron Egerton) conoce a Bernie Taupin (Jamie Bell, fabuloso e irreconocible), un chico amable, de trato suave, extraordinario letrista, con quien de forma instantánea conecta a nivel personal y, espectacularmente, en el plano artístico. Muy pronto sus composiciones (canciones con letra de Bernie Taupin y música de Reg Dw…, no, de Elton John) asombran a los conocedores y les permiten tener acceso a los prestigiosos clubes musicales de Los Angeles donde, desde la noche misma de presentación de Elton (al frente de una banda de apoyo, ya envuelto en los primeros brochazos de su excéntrica personalidad escénica, con Taupin admirando desde la galera) termina convertido en una estrella. A partir de ese show, Elton de un golpe conoce la fama y lo que esto acarrea en Estados Unidos: lujos, drogas, alcohol, sexo, todo en exceso, todo deslumbrante, todo engañoso. Y en el proceso de asimilación y amoldamiento de las nuevas experiencias junto al bagaje de vivencias que va cargando, al tiempo en que el éxito se convierte en un remolino que confunde y que desquicia, se juegan los años cruciales de la vida artística, pero particularmente la personal, de ese ícono de la música popular contemporánea que es la amalgama indivisible de Elton John con Reginald Dwight.
Ahí donde Bohemian Rhapsody (Bryan Singer) parecía ser solo un pretexto para encadenar en cascada las canciones de Queen como auténtico sustento de una historia construida a partir de un guion de receta, acartonado, que coleccionaba todos los clichés posibles del archivo de biografías musicales y sintetizaba eventos de modo artificioso con tal de facilitar la comprensión del espectador, Rocketman apuesta por ser más fiel a sí misma, a la historia que quiere contar. De ninguna manera Dexter Fletcher, el director, renuncia a convenciones clásicas del armado de este tipo de filmes, pero intenta dotar a su relato de una personalidad propia, y lo logra. Por un lado, no solo propicia la creación de un ámbito narrativo para la inevitable, y plausible, introducción de las canciones de Elton John (sin necesidad de dejarlas correr íntegras), sino que orquesta ingeniosas secuencias dentro de las que varios de sus grandes clásicos se convierten en el complemento idóneo de la trama, ya sea mediante guiños tan simpáticos como emotivos al género del musical o fabricando erupciones oníricas y alucinaciones psicodélicas visualmente atractivas y llenas de imaginación. Por el otro, plantea los tópicos serios, los temas humanos que definen la personalidad de Elton-Reg y que alimentan su talento artístico, desarrollándolos más allá de su simple enunciación. A partir de explorar la falta de amor paterno que lo ha marcado tan dolorosamente, el manejo de sus inseguridades, el modo en que cultivó su prodigioso talento, la manera en que la fama obnubila la mente, cómo el trago y la cocaína toman control de su persona, el dinero tergiversa sus prioridades, pero también mostrando la magia detrás de su proceso de creación artística, la forma en que retoma el control de sus decisiones, su lucha interna para aceptar sus preferencias sexuales pese a los titubeos resultantes de la presión a la que se sentía sometido por una sociedad puritana en una época de gran hipocresía, su victoria sobre vicios y demonio internos, y el poder reconciliarse con la posibilidad de ser amado por otros, entendiendo que (al menos hasta la fecha en que el filme nos muestra) su verdadero e incondicional amor (sin involucramiento sexual) fue Bernie Taupin; a partir de todo lo anterior, pues, es que Rocketman nos permite entender la construcción de la complejidad del personaje, identificar con uno o varios de los asuntos que sufrió, gozó o simplemente experimentó y, también es cierto, apreciar a cabalidad la obra de un cantante y compositor que se convirtió en referencia significativa de la música popular de los últimos cincuenta años. Y creo que pasará un largo, largo tiempo para que asimilemos que, al final, Elton John ha terminado rockeando m'as y mejor que Queen; al menos en el cine.
AFD (@SirPon)
Fecha de estreno en México: 31 de mayo, 2019.