Trabajando desde las sombras del sistema penal de Estados Unidos, Roman J. Israel (Denzel Washington), un abogado prodigio e idealista, intenta reformar la estructura legislativa de su país con una propuesta descabellada de miles de páginas. Su vida se trastoca, repentinamente, cuando su mentor y socio sufre un infarto que lo deja en estado vegetativo. Sin trabajo y con criterios muy rigurosos para elegir un nuevo empleo, Roman tiene que tomar la decisión de continuar con su labor activista sin recibir un centavo, o de involucrarse con una firma de abogados dirigida por George Pierce (Colin Farrel), un hombre ambicioso, antiguo estudiante del mentor de Roman, quien ha olvidado los ideales de la abogacía y se ha transformado en un defensor de su propio bien económico. La necesidad apremia y decide tomar el empleo ofrecido por Pierce, mientras intenta mantener relación con una luchadora social, Maya Alston (Carmen Ejogo), cabeza de una sociedad civil sin fines de lucro que promueve la igualdad. El conflicto de intereses orilla a Roman a una crisis personal, cuando una serie de acontecimientos desafortunados lo obligan a dejar de lado sus principios éticos y a intentar ser una persona diferente engañándose a sí mismo.
Denzel Washington (Fences, 2016) interpreta en Roman J. Israel, Esq. (2017) a un personaje quijotesco encerrado en una realidad llena de contradicciones, donde la ley funciona en teoría, pero no en práctica, donde la ley es antinatural y sigue los caminos opuestos de la lógica, donde las causas sociales son opuestas a la ambición, donde la justicia no encaja en el sistema económico y donde, finalmente, adaptarse al mundo significa adaptarse a la escoria que lo habita. Roman es un hombre diferente encerrado en los libros, perseguido por su propia causa y por sus ideales, imposibles de desarrollarse en la realidad. Conoce de pies a cabeza las leyes, las recita de memoria, resuelve casos sin llevarse el crédito y comprende los errores del sistema de debate legislativo, en el que “justicia” significa encontrar lagunas o ambigüedades en la ley. Sin embargo, no deja de ser un humano, una criatura frágil moral y físicamente. El director Dan Gilroy (Nightcrawler, 2014), apoyado por la interpretación atormentada de Washington, logró retratar la angustia y la debacle psicológica sufrida por un hombre de fe ciega a sus principios éticos que, en un instante de debilidad, lo pierde todo y se desmorona desde dentro. Un personaje que hace honor a las mentes “revolucionarias” de Estados Unidos, como Malcom X, Henry Thoreau y Walt Whitman. En ese sentido, es un destacado thriller psicológico. Sin embargo, cojea de la trama, pues en su afán de explicar detalladamente -como en signo de denuncia- los problemas del sistema legal estadounidense, la tensión se diluye y depende enteramente del trabajo actoral; la densidad de la retórica de los abogados que Gilroy (quien también escribió el guión) pone en boca de los actores, cansa, desorienta y aplana las situaciones que se relatan. Por otra parte, además de la actuación de Washington, resultan notables los recursos utilizados para darnos a entender que Roman es un personaje anacrónico, sobre todo el diseño de vestuario de Francine Jamison-Tanuck (Detroit, 2017), pues no sólo reafirma que la existencia de una persona como Roman es opuesta al mundo en el que vivimos, sino que funciona como una vertiente simbólica del discurso social que el personaje defiende, haciendo alusión a vestimentas y accesorios de personajes clave en la historia de los luchadores sociales de color: las gafas de Malcom X, las camisas de Nelson Mandela, el peinado de los músicos de jazz y funk que Roman escucha todo el tiempo para huir del mundo que lo rodea, como Eddie Kendricks o el grupo Funkadelic, música que, sin embargo, no podrá salvarlo de su trastorno interno.
Fecha de estreno en México: 2 de marzo, 2018.