Tres individuos en tres lugares diferentes. En Turquía hay una madre de poco más de 30 años (Meltem Gündogdu) que vive con el deseo de trabajar y ganar dinero para darle un alto nivel de educación a sus hijos. Una madre soltera mexicana (Estela Martínez), originaria de Zacatecas, se gana la vida entre los innumerables riesgos de vivir en el municipio de Ecatepec y las dificultades de trabajar en la Ciudad de México. En California, un joven ingeniero (Michael Monosky) debe, agotado y fastidiado, lidiar con las tensiones de su matrimonio después de hacer tres horas hacia -y desde- su lugar de trabajo. Tan dispares como sus ubicaciones geográficas y culturas pueden ser, los tres tienen una cosa inmediatamente en común: un viaje diario que aplasta el alma y succiona el tiempo. Los tres deben convertirse en auténticos soldados de la paciencia para no quebrantarse ante el malestar existencial del tráfico urbano, con la esperanza de poner comida en la mesa y un techo sobre su cabeza.
Filmado en Estambul, Los Ángeles y Ciudad de México, Rush Hour (2017), dirigido por Luciana Kaplan, sigue de cerca los pasos de tres adultos que afrontan auténticas odiseas para desplazarse desde el hogar hasta el lugar de trabajo y de regreso. Ya sea en automóvil propio o en transporte público, el viaje desde el punto A al punto B rara vez es una línea recta y rápida en estos días. El problema del tráfico no sólo afecta negativamente a la biosfera global, sino que también delinea la noción de lo que significa ser arrojado a la desesperación y desesperanza cuando el ser humano se percata de cuánto tiempo pierde en sus traslados cotidianos y cómo paulatinamente es devorado por la rutina, sin importar la clase social -aunque evidentemente daña más a las menos favorecidas-. El sujeto asume el riesgo de los patrones tóxicos que crea la congestión vial, y poco después se enfrenta al pánico maníaco, la angustia social y el temor de nuevamente llegar tarde a la jornada laboral. ¿Dónde quedaron las esperanzas, sueños y aspiraciones? Ante el impacto físico, psicológico y emocional de todas las horas perdidas en el transporte, los personajes narran sus pensamientos acerca de sus orígenes, situaciones presentes, motivaciones y anhelos de pasar más tiempo con sus familiares, aunque sólo sean planes futuros que se mantienen en el limbo. Rush Hour retrata personas que no viven la vida al límite, sino que están perdiendo su valioso tiempo atrapados entre el ‘aquí’ y el ‘allá’. Con una mirada sigilosa y atenta que recuerda el trabajo de Alain Marcoen y los hermanos Dardenne en Dos días, una noche (2014), Kaplan registra el ir y venir de los personajes; pero no sólo son los pasos que avanzan, los ajetreados transbordes en el metro o las exasperadas manos al volante, sino que, reiteradamente, la directora -en colaboración con el cinefotógrafo Gabriel Serra (La parka, 2013)- opta por los primeros planos para mostrar las caras frustradas y evidenciar el desgaste emocional del desplazamiento físico. Si bien es cierto que Kaplan adopta un enfoque de observadora pasiva -sin caer en didactismos ni en inclinaciones ideológicas-, las palabras de los personajes y los registros visuales de sus vidas cotidianas son suficientes para desprender una serie de complejidades asociadas al problema del tráfico: la gentrificación, las tensiones entre centro y periferia, las dinámicas de los ‘no lugares’, la planeación urbana, las políticas de la ciudad y el espacio público que ocupa el individuo, las deficiencias del transporte público y cómo el uso de automóvil -como símbolo de estatus social- puede brindar mayor comodidad pero sin escapar de las torturas de la autopista. Todo ello para confeccionar una contundente reflexión sobre qué tan contentos estamos con las ciudades que hemos construido y cómo nos hemos acostumbrado a vivir de un modo poco sustentable que causa estragos en la estabilidad emocional y salud del ser humano.
Fecha de estreno en México: 12 de octubre, 2018.
Consulta horarios en: Cinépolis, Cinemex, Cineteca Nacional