En Saint Laurent (2014), el realizador francés, Bertrand Bonello, propone el repaso de la vida del famoso diseñador de moda, Yves Saint Laurent, a lo largo de una década que abarca finales de los sesenta y gran parte de los años setenta. El filme se centra en el diseñador francés (Gaspard Ulliel), en sus fragilidades hedonistas, decadentes y autodestructivas. Al tratarse de una biopic no autorizada por el amante y socio de Yves, Pierre Bergé, Bonello intenta desacralizar a su objeto de representación para aproximarse a él desde una mirada fría y distante, pero que en varios momentos parece caer embelesado ante el estado de intoxicación entumecida de Yves. El filme no muestra la lucha del hombre para llegar a donde llegó, pero en cambio, Bonello pretende abordar los traumas internos del personaje desde un complejo cuestionamiento: ¿Qué hacer después de haber llegado a la cúspide? La predilección de Yves por la bebida, los medicamentos, las drogas y las relaciones turbias y peligrosas con otros hombres, especialmente con Jacques (Louis Garrel), conforman el tejido de un talentoso personaje, cuyo éxito temprano lo conduce a una vida de aburrimiento y depresión. En ese tortuoso y retorcido trayecto, Yves es ayudado por las costureras de su taller, su fiel y devoto compañero de toda la vida (Jérémie Renier), las modelos que rápidamente se convierten en sus musas, Loulou (Léa Seydoux) y Betty (Aymeline Valade). El diseño de las vestimentas y la confección de las prendas llena de movimientos y colores la pantalla durante gran parte del filme; un recurso que busca deleitar la pupila del espectador, pero que, al prolongarse, causa cierto letargo en aquel sector del público poco interesado en el mundo de la moda y sus texturas superficiales.