¿Cuántos integrantes de grupos de rock británicos han confesado que sin la música, sin la posibilidad de formar una banda su vida habría sido una mierda? Muchísimos, casi todos. Encontrar a otros seres incomprendidos, lastimados, inadaptados, renegados o que simplemente buscaban la mejor forma de atraer chicas para componer canciones, cantarlas e interpretarlas en vivo les cambió la vida. En Dublín, capital de la República de Irlanda (aunque no forma parte de la Gran Bretaña, casi), a mitad de los ochenta, el panorama no era muy halagüeño, y ahí le tocó vivir a Conor (Ferdia Walsh-Peelo). Sus padres riñen todo el tiempo, en parte porque la recesión económica los asfixia y, como una de sus consecuencias, se ven obligados a cambiar a Conor de colegio. En su nuevo recinto educativo (regenteado por unos severos sacerdotes jesuitas) sus compañeros, por supuesto, lo reciben como se merece el chico nuevo: mediante severo bullying y agresiones de todo tipo; a la cabeza del comité de bienvenida está Barry, un puberto pero bien formado skin head, hijo de unos drogadictos que, a su vez, lo maltratan. Al menos Conor tiene en su pacheco hermano mayor, Brendan (Jack Reynor), un vago conocedor de música, alguien que lo adoctrine sobre la vida y, particularmente, acerca de las nuevas tendencias con las que pueda inspirarse para cobijar en melodías las tristes letras que escribe cuando los gritos entre su papá (Aidean Gillen) y su mamá (Maria Doyle Kennedy) se ponen insoportables en casa. Cuando conoce a la hermosísima Raphina (Lucy Boynton), huérfana y modelo, se da cuenta que es el momento idóneo para formar una banda, con tal de obligarse a hacer un video que ella protagonice. Así que, con la ayuda de su compañerito Darren (Ben Carolan), que se ofrece a ser el manager, comienza el proceso de reclutamiento de los integrantes que le ayuden a dar cauce a sus inquietudes musicales (con el extraordinario tino de elegir a Duran Duran como prototipo estilístico y sonoro). Podría matar dos pájaros de un tiro: conseguir ser respetado dentro de su escuela y, ¿también el amor de Raphina?
Sing Street es un auténtico manjar para los melómanos y los melancólicos, como claramente lo es el propio director del filme, John Carney (cuya carrera se ha distinguido por combinar ambas inclinaciones, tanto en Once del 2007 y Begin Again, del 2013). Los primeros disfrutarán los sucesivos cambios de moda, de look y de gusto musical que experimenta Conor, a través de bandas y solistas como Duran Duran, Spandau Ballet, Hall & Oates, A-ha, The Clash, Joe Jackson, The Cure o el mismo Paul Weller (líder de The Jam) que dominaron los ochenta a partir de su presencia en el magnífico punto de encuentro semanal que era Top of the Pops, de la BBC. Los segundos sentirán pellizcos internos constantes en la zona abdominal y pectoral al ver cómo Carney reconstruye una época entrañable a partir de formidables detalles y bien articuladas secuencias. En la superficie, Sing Street podría parecer un filme derivativo; lo que ocurre ahí bien podríamos pensar que lo hemos visto ya antes. Pero los personajes (todos, incluso los que tienen escasa intervención) están sumamente bien delineados y equipados de humanidad, los diálogos combinan mucha gracia y efusivo humor, con abundante verdad, y la trama amalgama elementos de áspero realismo social con buenas dosis de esa fantasía que permite hacer que aquél sea tolerable. Ni hay chistes tontos, ni estereotipos, ni fórmulas efectistas. Y el anhelo por ese pasado en el que el mundo aún guardaba cierta inocencia que convivía rítmicamente con el deseo mismo de perderla no es difícil que seduzca hasta a quienes no lo vivieron. Porque con lo que, además, todo mundo se puede identificar es con ese poder que tiene la música para clarificarnos (incluso mediante confusiones) nuestros primeros rasgos serios de identidad, para enseñaros igual o más cosas de las que aprendemos en la escuela, para ayudarnos a montar nuestras pequeñas rebeliones personales contra lo opresiva que suele ser la vida y, sí, también, para enamorar y enamorarnos, y después, consolarnos ante la decepción, y sostenernos para intentar la reconciliación. Por eso el viaje que vive Conor en Sing Street, el del verdadero héroe (según su sabio hermano), resulta tragicómico y adorable. La dulce confirmación de dos verdades: que la música que elegimos para acompañarnos en la vida es una extensión de nosotros mismos; y, también, que “ninguna mujer puede amar de verdad a un hombre que escucha a Phil Collins”.
Fecha de estreno en México: 23 de septiembre, 2016.