“Existe un pequeño hecho: Usted va a morir”, dice la muerte en una fría pero burlesca voz en off, para de inmediato fungir como la narradora omnisciente de Ladrona de libros –basada en el best seller homónimo del escritor australiano Markus Zusak–. La cinta acontece en 1939, más específicamente en un “pedacito de cielo”, en Himmell Straße (que en español sería, La Calle del Cielo), en un pequeño pueblo alemán, donde la joven Liesel (Sophie Nelisse) acaba de llegar a vivir a su nuevo hogar. Ella debía ser adoptada junto con su pequeño hermano, Werner, antes de que su madre fuera detenida debido a sus creencias comunistas por el ejército nazi, pero el niño muere en el viaje de tren en el camino para conocer a su nueva familia y deja a Liesel sola para comenzar su nueva vida como hijo única. Sus nuevos padres son el vetusto Hans (Geoffrey Rush) y Rosa (Emily Watson), ésta última mucho menos atractiva que su madre biológica, y bastante fría y conservadora, lo que garantiza que la niña de cabellos rubios y dulce sonrisa se convierta en una heroína arquetípica al estilo de Esther Summerson de Casa desolada de Charles Dickens. Ella anhela amor y afecto, pero vive en una época en que los padres no miman. Liesel encuentra a un amigo de verdad en Hans, un veterano de la Primera Guerra Mundial que la llama "su majestad”. Hans le da a Liesel no solo la sensación de hogar que tanto buscaba, también le enseña a leer, lo que la convierte en una lectora voraz. Mientras Liesel comienza a aclimatarse y la familia da refugio en su sótano al joven judío Max (Ben Schnetzer), los nazis invaden las calles cubriendo la ciudad de banderas rojas y sangre.
Con un vestuario repleto de tonos zafiros y carmesí, y un escenario de ensueño de la campiña alemana recubierta de nieve, la propuesta visual de la película de Brian Percival (Dowtown Abbey) es notable, al igual que la música de John Williams (colaborador usual de Steven Spielberg) y las puntuales actuaciones de Geoffrey Rush y Emily Watson. Sin embargo, Ladrona de libros descansa en cierta ingenuidad y vaguedad sobre pormenores históricos, que podría interpretarse como una falta de respeto para aquellos deseosos de ver la guerra retratada de una forma más seria –como sucede en Lore (2012) de Cate Shortland, por ejemplo-.
JAR (@franzkie_)