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Lee aquí nuestra reseña de The Grand Budapest Hotel.
Después de descubrir las novelas del escritor austriaco Stefan Zweig, Wes Anderson se lanzó a hacer su propia versión de la decadencia del Imperio Austrohúngaro. Remedando el estilo de Zweig, abusa un poco de la voz en off y nos pone a cuadro a Jude Law y F. Murray Abraham que conversan en el lobby del Gran Hotel Budapest venido a menos en el año de 1985. F. Murray Abraham le contará su propia historia o, más bien, la historia del conserje del Hotel –un Ralph Fiennes demencial– que se convirtió en dueño del hotel a finales de los años treinta después de desentrañar el misterio detrás de la muerte de su dueña. Visto a sangre fría, uno se pregunta primero sobre las afinidades temáticas entre los álbumes de Tintin y las novelas de Zweig, para luego descartarlo y pensar más bien que Anderson se ha dedicado a hacer su propia colección de álbumes ilustrados, a partir de encuadres perfectamente compuestos y simétricos (algo que no podemos dejar de ver en una peli de Anderson después del montaje hecho por Kogonada). Saoirse Rona, quien la hace de interés romántico del F. Murray Abraham cuando era joven (encarnado por el debutante Tony Revolori) exhibe en su rostro una marca de nacimiento en forma de la República Mexicana, lo que nos hace pensar que Anderson hizo su tarea y se dio tiempo para hacer una alusión al Emperador Austriaco que tuvo México a mediados del siglo XIX. El Gran Hotel Budapest es una boutade tan deliciosa y decadente como lo es –todavía– la pastelería vienesa.
RP (@rpohlenz)