El joven Eric Lomax (Jeremy Irvine), oficial del Ejército Británico y fascinado desde su infancia en Edimburgo con el funcionamiento de los ferrocarriles, es capturado por los japoneses en Singapur durante la Segunda Guerra Mundial y obligado a trabajar como esclavo en la construcción de la línea ferroviaria entre Birmania y Tailandia. Poco después es acusado de espía y enviado a los Kenpeitai, la policía militar japonesa, donde Takeshi Nagase (Taroh Ishida) se encarga de ejecutar crueles torturas contra él. Décadas más tarde, después del término de la guerra, Lomax (Colin Firth) vive en el norte de Inglaterra con su solidaria esposa Patti (Nicole Kidman), quien acude a Finlay (Stellan Skarsgård) un viejo amigo de Lomax, para averiguar el pasado de su esposo. Cuando éste se entera que Nagase (Hiroyuki Sanada), responsable de sus traumas y pesadillas, continúa vivo, decide buscarlo para vengarse y poner fin a sus intranquilidades.
The Railway Man, basado en la autobiografía de Eric Lomax y dirigido por Jonathan Teplitzky, tiene como punto de partida –y escenario de fondo– la construcción del “Ferrocarril de la muerte”. A diferencia de The Bridge on the River Kwai (1957) de David Lean –quien muestra las peripecias y dilemas de los prisioneros británicos, obligados a construir la línea del ferrocarril en una larga zona inhóspita– Teplitzky opta por colocar como conflicto central la lucha entre la venganza y el perdón de un solo hombre interpretado con sobriedad y verosimilitud por los actores Jeremy Irvine (en su versión joven) y Colin Firth. Y aunque en cada gesto, Firth logra transmitir el infierno interno y tormento que padece, Teplitzky se muestra frío al momento de tejer e intercalar las dos líneas narrativas –la del pasado y la del presente– en un drama convencional. Además, las perspectivas de otros personajes –los interpretados por Kidman y Skarsgård– lo vuelven un filme impersonal que carece de la tensión dramática que se propone.
LFG (@luisfer_crimi)