Walter Mitty (Ben Stiller) es un gris oficinista que trabaja archivando fotografías para Life Magazine. Cuando la revista es vendida y empieza a ser mudada al formato digital, su empleo se ve en riesgo después de que pierde el negativo de una fotografía, la cual sería utilizada como última portada para la versión impresa. Mitty emprende un viaje para encontrar al fotógrafo, Sean O’Connell (Sean Penn), que, para su desgracia, no tiene una residencia fija y siempre está en movimiento. Así, las extravagantes fantasías de aventuras, que desde el principio irrumpen en la trama, empiezan a quedar atrás para ser suplantadas por una realidad que se ha vuelto emocionante.
Esta es la segunda adaptación del cuento homónimo de James Thurber, que apareció por primera vez en 1939 publicado en el New Yorker. La versión de 1947 no agradó mucho al autor porque, salvo por los sueños vívidos, no tenían nada en común la película y el texto. La versión de Stiller es todavía más distante y para nada fiel a la versión de Thurber. El hombre de la historia original se encuentra completamente limitado a los designios de su esposa y sólo es capaz de alcanzar la libertad y el control de su vida, a través de interesantes fantasías recurrentes. Este no ser aparece planteado en su antipático y retraído oficinista, sin embargo, los chistes fáciles característicos de Stiller, entran demasiado forzados, en una trama pobre que parece más la de un libro de superación personal, llena de saltos lógicos y de varias inverisimilitudes –las cuales no tienen ninguna relación con los sueños vívidos del personaje–. Se hace un verdadero desperdicio de la fotografía de Stuart Dryburgh, de sus panorámicas, y de una bella versión acústica de Space Oddity de David Bowie.
AS (@albertosandel)