Hay una tendencia ya no tan reciente en los documentales en la que los directores, a través de la realización de una película, reflexionan sobre su propia vida, particularmente sobre las raíces familiares que le dan forma a su identidad. Hay filmes en los que la búsqueda es más áspera y traumática, como se muestra en Tarnation, de Jonathan Caouette (2003); otros en los que autoinspección se lleva a cabo de modo más cándido y nostálgico, como en el caso de La danza del hipocampo, de Gabriela Domínguez Ruvalcaba (2014). El Tío Yim, de Luna Marán, bien puede inscribirse en esta categoría aunque, en su filme, simultáneamente a su ejercicio introspectivo, la directora expone un franco retrato de su padre, Jaime Martínez Luna (el Yim del título), un complejo y muy divertido personaje de luminosa inteligencia. Aunque, en realidad, el filme parece estar planteado en modo opuesto. A partir del intento por presentar a Yim al mundo, Luna encuentra la ocasión de buscarse en la exploración que de él hace.
Mientras Luna va recabando datos, reconfigurando recuerdos, limando relaciones con sus hermanos, madre y padre, nos revela la figura de Yim, un hombre comprometido no con su comunidad, sino con su ‘comunalidad’ (como él la define), en la región zapoteca de la Sierra de Juárez, en Oaxaca, cantautor bohemio, enamoradizo, líder activista e intelectual de la región y, como reconoce, empedernido bebedor de mezcal, bebida que acabó con la vida de muchos de sus compañeros de lucha y parranda, que a Yim le quemó las cuerdas vocales y le silenció su carrera musical. Con decidida franqueza, con sensibilidad y, también es cierto, con valentía, mezclando material de archivo con el registro fílmico que ella hace (en el que captura momentos de conmovedora espontaneidad, generalmente a la ‘fly on the Wall’, lo que involucra al espectador como parte misma de lo que ocurre), Luna Marán confronta a ese hombre que pese a su genuino interés por mejorar las condiciones de vida de su comunidad (y a través de la concreción de esos cambios, incidir en un proceso más amplio de transformación social) o, precisamente debido a ello, no ha asumido a cabalidad su responsabilidad como padre, provocando secuelas en los hijos de las que no fácilmente son procesadas. Yim no sólo reconoce sus falencias como padre, sino que las justifica dentro de, precisamente, su concepción de lo que es la familia, el papel que juega dentro de la comunidad (comunalidad) y entonces el rol que a él le corresponde desempeñar, que no puede limitarse a los vínculos que para casi cualquier persona parecerían prioritarios y que tienen que ver con el desarrollo de los hijos y la lealtad a la esposa (personaje central para la cohesión del filme y del grupo). El descubrimiento que hace Luna, y al estar todos involucrados en el proyecto, con ella cada integrante de la familia de algunos secretos, recuperación de memorias e incluso reacomodamiento de posiciones dentro del esquema familiar, les permite a todos encontrar nuevos puntos de entendimiento pero, al mismo tiempo, plantea cuestionamientos que quedarán sembrados para resolverse en un ámbito de intimidad que trascenderá la conclusión del filme.