Yoko (Atsuko Maeda) es una joven reportera japonesa que, debido a una misión de trabajo, viaja a Uzbekistán donde se filma un reportaje cultural sobre las costumbres, tradiciones y atractivos turísticos de aquel país. Primero, la búsqueda infructuosa de un esquivo pez gigante que puebla una inmensa masa de agua; luego la degustación de un plato local que no salió bien; después una especie de tortura personal en un parque de diversiones repleto de esos juegos que tensan el cuerpo con estrés. No todo satisface a Yoko, quien, con mucha perseverancia, sin embargo, se aplica en su trabajo en condiciones que no son nada fáciles: un pescador que la acusa de ser el motivo por el que no aparece el misterioso pez, un director antipático y machista que la escudriña con aparente desconfianza, y sólo el intérprete Temur muestra un mínimo de amabilidad hacia ella. Durante los descansos del trabajo, Yoko se aventura en pequeñas excursiones que aparentemente la distraen y relajan, pero muy pronto se encuentra lidiando con una ansiedad creciente, que se convierte en profunda angustia.
Kiyoshi Kurosawa es conocido en occidente como uno de los progenitores del ‘j-horror’; sus filmes Cure (1997) y Pulse (2001), que abordan los temas de la tecnofobia y el aislamiento, evidencian su interés en el terror nihilista donde el mal llega sin advertencia ni explicación. Reconocido también como un maestro del thriller -impregnando su filmografía con una fuerte impronta psicológica para reflexionar sobre la venganza (Los ojos de la araña, 1998), la identidad (Doppelganger, 2003) o la desaparición (Creepy, 2016)-, últimamente el autor japonés ha lidiado con formas más sutiles de deshumanización tal como lo refleja To the Ends of the Earth (2019), un filme que intriga y asombra al confeccionar un tipo distinto de horror en el que se representan las crueldades de la industria del entretenimiento. El filme está interesado, también, en mostrar el aislamiento del choque cultural. Mientras que el trabajo de Yoko como personalidad de un programa de viajes a menudo invita a una atmósfera de aventura y despreocupación, para ella es un trabajo tedioso, lleno de sexismo, confusión y sonrisas falsas. Frente a la cámara, Yoko es vibrante y dulce, pero tan pronto como terminan las grabaciones del reportaje, su postura se hunde y sus ojos se ven aturdidos, perdidos. La dirección de Kurosawa es muy discreta y esencialmente tiende a realzar el entorno y los paisajes naturales que ofrece Uzbekistán y, en este sentido, la hábil fotografía de Ashizawa Akiko ofrece un apoyo decisivo para construir el personaje de Yoko de una manera muy empática, impulsando al espectador a simpatizar con una joven solitaria.
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