Como lo ha hecho en cada una de sus películas anteriores desde que se le prohibió oficialmente hacer cine, Jafar Panahi se interpreta a sí mismo. Acompañado de la actriz Behnaz Jafari, quien también se interpreta a sí misma, el director sale de Teherán para visitar algunos pueblos y espacios rurales. En un principio el dúo se comporta de manera errática, sin intenciones de revelarnos demasiado, pero pronto descubrimos por qué. Una joven aspirante a actriz llamada Marziyeh (Marziyeh Rezaei) le envió a Jafari un mensaje de video en el que expone su deseo de ser actriz e incluso le comparte que fue aceptada en el conservatorio. Sin embargo, su familia la está obligando a quedarse en la aldea debido a que tienen otros planes para la joven, entre ellos, casarla. Al no encontrar una salida, ella amenaza con suicidarse. Y entonces Panahi y Jafari están en camino para hablar con ella antes de que sea demasiado tarde.
En las últimas décadas, el cine iraní ha establecido una fuerte tradición de relatos que se desarrollan principalmente en el interior de los automóviles. Abbas Kiarostami hizo dos clásicos, El sabor de las cerezas (1997) y Diez (2002). Ahora, Panahi tiene su doble entrega: Taxi Teherán (2015) y Tres rostros (2018). El director elige la carretera como vehículo narrativo y sigue dos direcciones: una teórica, que es una reflexión sobre la verdad y la ficción de la imagen cinematográfica, y una segunda de sondeo sociopolítico. Lo que al principio parece una coincidencia divertida se vuelve conmovedor al considerar que, en una nación restrictiva como Irán, el automóvil ofrece la rara dualidad de un espacio autónomo y uno público al mismo tiempo. Es una herramienta especialmente útil en este filme, ya que funciona como metáfora de las muchas divisiones y contradicciones de la vida moderna iraní, una que es oscura, teocrática y represiva. El director yuxtapone los puntos de vista modernos, refrescantes y liberales de Marziyeh con el sentido de la tradición que consume a la mayoría de los aldeanos. Al igual que la situación de Panahi en la vida real -donde el gobierno iraní le ha prohibido hacer películas, una prohibición que sigue desafiando, como se ve en este filme-, Marziyeh encuentra que su voz artística es sofocada por poderes que están más allá de su control. Su situación es especialmente angustiante dada la amenaza de violencia que los miembros de su familia lanzan sobre ella. Es a través de la interacción con los aldeanos y la familia volátil de Marziyeh que Tres rostros resulta intrigante. Panahi usa las conversaciones con los habitantes para explorar la tradición y la forma en que el género y la violencia están vinculados en las sociedades patriarcales. Y uno de los grandes méritos del filme es que Panahi no tiene interés en convertirse en el héroe o salvador del relato. Por el contrario, al ser consciente de que su historia trata sobre mujeres, y sus difíciles condiciones, él se pinta con estereotipos masculinos irritables, pero demasiado verdaderos; es terco, paternalista y, en algunos casos, emite juicios erróneos, pero también demuestra ser un artista solidario, comprensible y empático. La posición ideológica de Panahi es clara y nunca la ha ocultado, ni siquiera ahora que es semiclandestina, pero que se ha convertido en un rasgo distintivo de su filmografía: el desencanto irónico con el que observa la realidad de su país. No existe, por parte del autor, la voluntad de decidir sobre las elecciones de los demás, sino la pasión por la humanidad, la curiosidad de la anécdota individual que florece en este viaje en carretera capaz de capturar secretos e historias de la vida cotidiana.
Fecha de estreno en México: 27 de junio, 2019.