La vida de Sébastien Nicolas (Mathieu Kassovitz) es tan descolorida como la paleta de color de Un Illustre Inconnu. “42 años de no existencia”: él mismo declara al inicio de la cinta. Ermitaño, atrapado entre la soledad y su deseo compulsivo de orden, se encuentra vacío. Es por eso que en su trabajo de vendedor de bienes raíces observa detenidamente a sus clientes (los gestos, los movimientos, la manera de vestir y de hablar), elige con mucho cuidado a algunos, investiga su rutina y los imita, en un intento por tener la emoción de una vida que no es la suya, hasta convertirse en ellos, como un camaleón.
Sébastien es por fuera una de esas personas opacas, consumidas por una cotidianeidad demasiado rutinaria, gente como la que se representa en la película Párpados azules (2007) de Ernesto Contreras, pero, aunque él mismo a veces pareciera creerlo, su personalidad va mucho más allá de esa apariencia y está llena de ambición. Se plantea retos, basado en una filosofía que se resume en el axioma “todos estamos hechos de lo mismo. Unas cuantas células, algo de esperma y muchos accidentes”. Es, además, un experto en maquillaje, lo que le permite hacer posibles sus mímesis de los demás, una constante reinterpretación de sí mismo, un existir de maneras múltiples, algo que recuerda el trabajo de Denis Lavant en Holy Motors(2012) de Leos Carax, pero sin la fuerza contundente de esta última. Primero, lo que lo impulsa es sólo la excitación generada por la posibilidad de ser alguien distinto, hasta que conoce a Henri (también interpretado por Kassovitz), un violinista retirado con una vida compleja, la cual se convierte en su verdadero objeto de deseo, involucrándolo emocionalmente y haciendo que ponga toda su voluntad en conseguir apropiarse de ella. El tercer largometraje de Matthieu Delaporte (22 balas, 2010) es un thriller que mantiene la tensión del espectador a un ritmo que por momentos parece pausarse para relacionarnos con la atmósfera de la vida del protagonista. Es así que la idea de la película no sólo se entiende a través de la trama, sino de la forma. Existe una coherencia entre el tiempo, los encuadres, el color, la música y la personalidad de Sébastien, que es interpretado por el también director, Kassovitz (El odio, 1995). El planteamiento del filme, más allá de la historia de un personaje y sus decisiones, nos hace cuestionarnos sobre las máscaras que construimos para mostrar al mundo lo que queremos que vea en nosotros y todo el esfuerzo que eso requiere. Es un ejercicio de deconstrucción de los elementos que nos dan una identidad y cómo a la vez nos conformamos a través de nuestras interacciones con el otro.
Fecha de estreno en México: abril 15, 2016