Jacques (Pierre Deladonchamps) ha visto mucho en sus 35 años. Está criando a su pequeño hijo cuya custodia comparte con una amiga, y está tratando de liberarse de los fantasmas de un amante anterior, Marco (Thomas Gonzalez), quien se encuentra en las últimas etapas de una batalla contra el sida. El mismo Jacques mantiene una lucha contra el virus, y la sombra de la epidemia impregna todos los aspectos de su vida, incluso cuando disfruta de sus éxitos como novelista. Él vacila entre ser encantador e irritable, cálido e indiferente, y se ha asentado en un surco de encuentros casuales que le impiden dar demasiado o entregarse por completo. Sin embargo, cuando conoce a Arthur (Vincent Lacoste), un joven bretón de 22 años que disfruta los frutos de la libertad sexual y se traslada a París con la intención de descubrir el mundo adulto, se crea una química que empuja a los dos hombres a conectarse, no sólo entre ellos, sino también consigo mismos.
En los últimos tiempos, la epidemia de sida de los noventa aspira a convertirse casi en un nuevo género del cine francés. Luego de 120 latidos por minuto (2017) llega otra variación, ahora desde la mirada de Christophe Honoré, quien, en Vivir deprisa, amar despacio (2018), ofrece una de sus películas más personales y sinceras al profundizar en su memoria. El director cava en la piel y los cuerpos de sus personajes, muestra los moretones y los signos del envejecimiento. El sexo es evocado continuamente, pero más allá del acto pasional, el contacto físico es como un abrazo para aligerar la piel, como una caricia para cuidarse del futuro. En otros momentos, Honoré relega el acto sexual fuera de la pantalla para difuminarlo en las sombras; quizá como metáfora visual para aludir al desgaste de Jacques en relación con el destino ya escrito para muchos de sus amigos, amantes, conocidos, quizá incluso para él y para otros después de él. Honoré escanea este diario generacional con una banda sonora puntual de la época, quizá un poco mecánica, pero muy efectiva en más de un pasaje. Aunque los años noventa no se reconstruyen minuciosamente, se evocan iconográficamente de manera eficaz. Al proponer su desafío contra el tiempo, siempre riguroso, la película también habla de dos mundos diferentes: la provincia bretona y París, dos lugares que a menudo son testigos de diferentes momentos de la vida. Para Arthur, como tantos otros estudiantes antes y después de él, ha llegado el momento de abandonar el refugio doméstico, los amigos y los amores de todos los tiempos, y aventurarse a superar la línea de la sombra, hacia la metrópolis, el sueño de una vida adulta plena; ya sea como escritor, director o lo que Arthur decida ser. Vivir deprisa, amar despacio es una película nostálgica, una pieza de historia y memoria. La nostalgia del filme se ejecuta desde las dos visiones: la de Arthur y el primer amor, y la de Jacques y el último amor. Un evidente contraste entre juventud y adultez, entre curiosidad y madurez, entre alegría y enfermedad, entre vida y muerte. Honoré crea un relato sobre el sida, pero hablado con emoción y sinceridad, nunca gritado, nunca espectacularizado. Es un drama que aborda un obstáculo muy específico, como el de una montaña que es imposible escalar, una historia de amor destinada a terminar.
Fecha de estreno en México: 12 de julio, 2019.
Consulta horarios en: Cinépolis, Cinemex, Cineteca Nacional