Desde los albores de la antigua civilización egipcia, Apocalipsis (Oscar Isaac), el primer mutante en la historia de la humanidad, ha absorbido muchos poderes, convirtiéndose en un ser inmortal e invencible al grado de ser adorado como un dios. Después de caer en un profundo sueño de miles de años, Apocalipsis despierta en la década de 1980 para enterarse de cómo ha evolucionado el ser humano. Desilusionado por el mundo, él decide reunir a un grupo de poderosos mutantes conformado por Magneto (Michael Fassbender), Psylocke (Olivia Munn), Storm (Alexandra Shipp) y Angel (Ben Hardy) para exterminar a la humanidad e instaurar un nuevo orden. A pesar de sus diferencias, Raven (Jennifer Lawrence) y el profesor Charles Xavier (James McAvoy) deciden unir esfuerzos para enfrentarse a su enemigo más peligroso y salvar a la humanidad de la destrucción total.
X-Men: Apocalipsis (X-Men: Apocalypse, 2016) es la más incoherente e irrelevante película de la reciente trilogía de los mutantes; el filme carece de la brillantez, la intensidad y la fuerza planteada en los dos episodios anteriores de esta saga (X-Men: First Class, 2011; X-Men: Days of Future Past, 2014). El director estadounidense, Brian Singer, había evidenciado la pasión que sentía por esta mitología de los mutantes, y después de entregar un filme satisfactorio como el de hace dos años que, al situarse en los setenta poseía un toque artesanal en su manufactura, aquí se pierde su mano en medio de un uso excesivo de efectos digitales demostrando que el espectáculo se ha convertido en el elemento imprescindible de los filmes de superhéroes, más allá de los contextos, las historias y motivaciones de los personajes. La dinámica entre el profesor Charles y Magneto –que tiene ecos de la relación entre Luther King y Malcolm X– se ha desgastado y ahora se percibe como un vínculo completamente erosionado, que ya no puede ofrecer nuevos bríos sobre cómo afrontar los dilemas que implican la identidad y la marginación. El subtexto social y psicológico de la franquicia –construido a partir de temas clave como la discriminación, el empoderamiento, la autoaceptación– es desechado en favor de un dios azul (un irreconocible y desperdiciado Oscar Isaac) empeñado en la destrucción de la Tierra por ninguna razón discernible. El guión de Simon Kinberg es incapaz de hacer malabares con los distintos tonos y temas que aborda; la transición del drama familiar a las tensiones de la amistad pasando por las venganzas, las superficiales revisiones históricas, las posturas maniqueas respecto al bien y el mal, los breves momentos de humor y las pinceladas de las historias personales de cada uno de los personajes involucrados, deviene forzado y un tanto fingido por parte de los actores. El talentoso Michael Fassbender ofrece un rendimiento pobre, quizá el peor trabajo en su notable carrera; y Jennifer Lawrence hace una réplica de la mujer luchadora que interpreta en Los juegos del hambre. Uno de los momentos más destacados del filme es la breve aparición de Wolverine (Hugh Jackman); en tres minutos, Singer ofrece mucho más de la animalidad y brutalidad de este salvaje personaje que lo mostrado en sus dos filmes en solitario, y aunque los tres jóvenes –Scott (Tye Sheridan), Jean (Sophie Turner) y Kurt (Kodi Smith-McPhee)– brillan cada vez que aparecen en pantalla debido a las dudas que tienen respecto a cómo manejar sus poderes, no son capaces de salvar un filme plagado de explosiones y olas de caos intrascendentes.
Fecha de estreno en México: 19 de mayo, 2016.