En Suffolk, al noreste de Londres (cerca de Essex), vive Jack Malick (Himesh Patel), en casa de sus padres. Como tantos otros, muchísimos jóvenes británicos, Jack compone música y canta, acompañado de su guitarra, en el circuito local de pubs, con el sueño de algún día alcanzar el éxito que tantos compatriotas suyos han logrado; aunque no muchos con origen asiático como él, y ninguno a nivel mundial. Ellie Appleton (Lily James) es su manager, amiga cercana y, en realidad, una de las pocas asistentes (los otros son sus tres amigos mutuos) que lo aclama en sus presentaciones. Jack, de cualquier forma, interpreta siempre su repertorio con entusiasmo sin importar si su público lo que en realidad ansía es que llegue el momento de que haga su pausa intermedia o, de plano, termine su set. Cuando Ellie, inesperadamente, le anuncia que ha sido contratado para tocar en el Latitude (uno de los festivales más importantes del verano británico, en Suffolk), Jack piensa que será el momento crucial que catapultará su carrera. Que en lugar de tocar en los escenarios principales vaya a hacerlo en una de las carpas secundarias es irrelevante; cuántas de las mejores bandas de rock iniciaron así sus carreras. Finalmente, el día llega, Jack sale al escenario y…a la hora de la mañana en que le fue asignado tocar, su público está compuesto por niños correteándose, dos o tres padres de familia de los que se entusiasman con cualquier cosa y, claro, Ellie y sus otros tres amigos, siempre leales apoyando. Concluyendo su set, Jack le comunica a Ellie que ha tomado la decisión de colgar la guitarra, es evidente para él que su carrera musical no tiene futuro. Ellie intenta convencerlo de que deben perseverar, que van por buen camino, pero Jack tiene claro que no es así. Al llevarlo a su casa por la noche, ella insiste y discuten; él opta por bajarse del auto en plena carretera y caminar. Poco después, ocurre un apagón que, nos es permitido atestiguar, sucede a nivel mundial y, justo en ese momento, Jack es atropellado por un autobús que lo deja tirado en el asfalto, inconsciente. Cuando reacciona está hospitalizado, sin dos dientes, con la guitarra destrozada, la moral incluso un poco peor y Ellie cuidándolo. Un par de comentarios aparentemente inocuos en los que de una u otra forma algo relacionado con The Beatles parece no ser comprendido por ella le generan cierta inquietud a Jack, pero cuando es dado de alta y festeja con sus amigos en un pub, recibe una sorpresa mayor: Ellie le regala una nueva y hermosa guitarra que, Jack les dice, merece ser estrenada tocando con ella la mejor canción jamás escrita: Yesterday les interpreta y, entonces, recibe otra sorpresa, todavía más grande: sus amigos quedan atónitos, creyendo que se trata de una composición suya.
Jack cree que lo están bromeando, pero, eventualmente (buscando en internet y no encontrando información al respecto), confirma que The Beatles nunca han existido y, por lo tanto, tampoco sus canciones, ni sus derivaciones (como Oasis). Y, sin embargo, él las recuerda (bueno, la mayoría ellas, Eleanor Rigby le cuesta trabajo) y, ante la posibilidad de olvidarlas, las escribe y se las toca a sus padres (que no lo pelan demasiado), a sus amigos (a quienes les parecen sensacionales) y, habiendo decidido retomar su carrera (con dientes nuevos), también a desconocidos en los pubs habituales (donde tampoco le prestan demasiada atención). Jack cree que, con su cara y su figura, siendo él, ni con las rolas de los Beatles podrá jamás tener éxito. Hasta que en una tocada, un chico queda atónito por lo que escucha y le ofrece a Ellie grabarle un disco. She Loves You, I Saw Her Standing There, And I Love Her, entre otras, son canciones que, tal vez, podrían finalmente convertirlo en la estrella que siempre ha soñado ser. ¿Será?
Cuando Danny Boyle dirigió Shallow Grave (1993) impactó la forma en que a través de una muy atractiva propuesta visual (emplazando la cámara baja, usando lentes gran angulares, ediciones veloces entre tomas abiertas y cerradas...) acentuaba y estilizaba su retrato de una juventud desencantada, inconforme, iconoclasta. Con apenas su segundo filme, Trainspotting (1995), consolidó un estilo fácilmente reconocible que esta vez traducía en imágenes -que se volvieron clásicas de forma instantánea- el poderoso texto de Irvine Welsh que, de modo corrosivo e intransigente, definió la cultura juvenil de los noventa envuelta en las drogas, no solo en el Reino Unido sino en buena parte del mundo. Y ahí se jubiló ese Boyle brioso, imaginativo, rebelde, fresco. Por su parte, Richard Curtis es el responsable de filmes como 4 Weddings and a Funeral, Bridget Jones, Notting Hill, Love Actually y varios filmes de Mr. Bean. El mejor vendedor del estilo de vida británico en versión turista y 'self-deprecating' para consumo mundial, por un lado. Un experto del oficio de la escritura de guiones eficaces, encantadores de masas, por el otro. En su momento, en el 2000, el difunto Alexander Walker, despiadado crítico de cine del Evening Standard londinense, ya entonces escribía que los filmes de Richard Curtis parecían estar hechos con un Final Draft (aplicación para escribir guiones) especial que de forma automática entregara “secuencia de epifanía”, “secuencia de decepción”, y así de la colección de distintos momentos representativos que conforman sus películas.
Pues Boyle y Curtis, dos estilos aparentemente opuestos hicieron mancuerna para este proyecto. Pero es mucho más notorio el acento de Curtis en Yesterday. El filme está planteado a partir de la plantilla Final Draft de Curtis, con todas las recetas ya probadas de sus exitosos trabajos previos (como un Greatest Hits), cargadas de reconocibles elementos británicos de los que gustan y son bien asimilados por los estadounidenses y público de todas partes. Entonces integra los elementos necesarios, fríamente calculados, para encantar al espectador, para hacerlo sonreír, e incluso por momentos también reír con detalles simpáticos y algunos muy cómicos. Y, por supuesto, cantar (aunque sea en silencio), y no cualquier cosa, sino las canciones de los Beatles (así como ya lo hicimos con Queen y Elton John, recientemente); con solo eso ya está garantizada buena parte de la fortuna del filme. Y no sólo eso, sino que de igual modo al guion se le inyectan temas importantes a desarrollar para no dejar desprotegida una trama de por sí atractiva (la tenacidad al buscar que se cumplan los sueños, la lealtad, los componentes de la fama, la noción de celebridad, la crítica a las dinámicas de la industria de la música pop, la honestidad artística, el amor verdadero); pero, asimismo, esto es hecho de modo superficial, para que no desacomode con profundidades innecesarias un proyecto empaquetado (una comedia romántica) para no alterar a nadie, para congraciarse con todos. Aunque, para seguir con tenor británico, es irónico que una película que plantea una burla a la forma en que funciona la industria de la música, haga en su propia historia lo mismo que está satirizando y, por más que lo quieren hacer pasar por autoparodia, en realidad lo hacen tramposamente para atraer a un público de menor edad y dejar convertido al filme en un producto mucho más vendible. La incorporación del cantante Ed Sheeran no solo es un insulto a los Beatles, sino también al público que confía en lo ingenioso que vende la trama, en lo que queda de la carrera de Boyle, y que no es complaciente; la secuencia en la que (claramente como un acuerdo negociado) se resuelven aspectos de la historia con la terrible música de Sheeran de fondo, después de haber estado escuchando las composiciones de los Beatles (o aunque no se hubiera escuchado nada hasta entonces, inclusive), destruye el momento, el ánimo del espectador que sí aprecia la obra de los fabulosos cuatro y la resolución misma de la historia, que también de por sí ya se precipitaba hacia los terrenos de la moraleja y un final, eh, hollywoodense. Yesterday es un filme que pudo haber sido dirigido por el mismo Curtis (o algún otro por el estilo) y el resultado habría sido similar. Es poco lo que le aporta Danny Boyle, más allá de algunos de sus planos icónicos, buen ritmo y gracia para resolver visual y narrativamente algunas secuencias. Pero definitivamente queda en deuda terrible, con él mismo y, por supuesto, con los Beatles y su música.
Paul y Ringo quizá aprueben el filme (tal vez John y George igualmente lo habrían hecho), toda vez que los músicos de rock suelen ser más indulgentes con el cine comercial de un modo que no suelen serlo con la música comercial. Pero Renton, el joven Renton, se habría decepcionado enormemente. Al propio Boyle, en su versión joven, le habría causado repugnancia el desperdicio de una buena idea, con tan gloriosa música, con la metáfora de lo que la presencia de Sheeran significa. Si los Beatles representaron una revolución musical, cultural y social que transformó al mundo para siempre, la revolución de Yesterday solo aspira a, en todo caso, transformar el día haciéndote pasar un rato muy agradable (pasando por alto o hasta aceptando cuestiones como la presencia de Sheeran), en el proceso recaudar muchos millones de dólares en taquilla y, poco después (tal vez no inmediatamente cuando empiecen a rolar los créditos finales, cuantimenos porque corren con Hey Jude de fondo, pero tampoco tanto tiempo después) diluirse en la memoria de la mayoría de los espectadores y, ciertamente, de la historia del cine. Si tan solo Danny Boyle hubiera tomado una película graciosa y la hubiera hecho mejor.
AFD (@SirPon)
Fecha de estreno en México: 30 de agosto, 2019.