Basado en un cuento del premio Nobel de Literatura, Jean-Marie Le Clézio, el tercer largometraje de Matías Meyer (Wadley, 2008), titulado Yo (2015), es el retrato de un joven de 15 años que físicamente aparenta mayor edad, pero, a pesar de su corpulencia y fortaleza física, sigue siendo un niño inocente, inmaduro, tierno y astuto. Yo (Raúl Silva) vive en un pueblo de Aculco (Estado de México) con su madre (Elizabeth Mendoza), que atiende un restaurante ubicado a un costado de una transitada carretera; mientras ella prepara los platillos, él le ayuda a matar a los pollos para que sean cocinados. El joven comienza una cercana relación de amistad con una niña de 11 años llamada Elena, a quien invita de paseo por el bosque para disfrutar el lago y la naturaleza que tienen a su alcance. La atmósfera idílica de este vínculo contrasta con el ambiente incierto de un karaoke nocturno, lugar en el que Yo descubre el placer corporal asociado a lo erótico y la sexualidad. Al igual que en Los últimos cristeros (2011), Meyer le otorga preponderancia al espacio natural para que se convierta en un personaje más que se fusiona con los anhelos, sueños y miedos de un protagonista que, aparentemente, vive estancado en una especie de eterna infancia y perpetuo ocio. Meyer establece una clara diferencia entre las dos etapas (la inocencia del niño contra la perversidad del adulto) que vive Yo para evidenciar la evolución de su personaje y no confundir al espectador, pero se muestra distante con él y no le brinda las herramientas para que Yo sea capaz de tomar sus propias decisiones en ese aparente tránsito hacia la edad adulta. Nuevamente, el director recurre a actores no profesionales, y las expresiones y modos de pronunciar de éstos, por momentos, lucen falsos, inverosímiles y al borde de lo ridículo, restándole contundencia al discurso del filme.