Aquí puedes leer nuestra Reseña de La Grande Bellezza
En un hotel-spa de lujo, anclado en los Alpes suizos, pasan sus vacaciones dos viejos artistas que llevan muchos años siendo amigos: Fred Ballinger (Michael Caine), un aclamado compositor y conductor de orquesta británico en retiro, y Mick Boyle (Harvey Keitel), un respetado director de cine norteamericano. Desde Londres, llega un emisario de la Reina Isabel para proponerle a Fred dirigir una de sus famosas piezas como parte de los festejos de su cumpleaños, pero él se niega rotundo. Esa obra particular la compuso exclusivamente para ser cantada por su esposa y ella, parece sugerir, está muerta. A Fred lo acompaña su hija y asistente, Lena (Rachel Weisz), que sufre el reciente abandono de su esposo, el hijo de Mick. Éste, por su parte, ultima los detalles del guión que se convertirá en su testamento fílmico. Mientras se quejan de sus problemas de próstata o recuerdan con añoranza sus amores juveniles, sus triunfos artísticos, el tiempo que fue y que se les agota o, incluso, las extensas sombras de olvido asentadas en su memoria (particularmente en el caso de Mick), se cruzan con una colección de extraños especímenes, toda una galería de un auténtico ‘freak show’ hospedada también en ese refugio de relajación y descanso: un actor “serio” reconocido más por su único papel “no serio”, el de un robot (Paul Dano), un exgenio del futbol convertido en botarga humana que no puede ser otro que un deteriorado Maradona (Roly Serrano), una espectacular Miss Universo (Madalina Diana Ghenea), excéntrica por su inteligencia, una masajista existencialista y una pareja de ancianos que jamás se dirige la palabra durante la cena, pero que tiene otro comportamiento cuando se internan juntos en el bosque. Las reflexiones, las desilusiones y los sorpresivos giros en los planes de ambos artistas provocan desenlaces opuestos a los esperados en sus respectivas carreras (y vidas).
“La ligereza es una tentación inevitable”, sentencia Fred apenas iniciado el filme, en lo que parece una declaración de principios de Paolo Sorrentino respecto a Youth. Como gran artista que ha demostrado ser, el italiano aspira, una vez más, al tratamiento de los grandes temas (la memoria, el sentido de la vida, la relación con la muerte), pero esta vez lo ha hecho desde una frivolidad que, podemos asumir, le resultó “inevitable”. No alcanza a perforar la capa a partir de la que se rebasan los lugares comunes y las ideas vagas para internarse en la zona donde se encuentran las verdades, los hallazgos de la condición humana que para la mayoría son inaccesibles y solo unos cuantos elegidos –él es prueba de ello- son capaces de detectar y articular a través del arte. Si en La Grande Bellezza supo Sorrentino canalizar con maestría el caos, la extravagancia, la desmesura hedonística, la demencia romana hacia cavilaciones de trascendencia, en Youth parece haber querido evitar el esfuerzo necesario para dimensionar con aquella sapiencia los asuntos que, siendo cruciales para el entendimiento de los factores esenciales de la vida, se aprecian distorsionados cuando se retratan solo desde la superficie. O simplemente no pudo consagrarlo en esta ocasión. El virtuoso despliegue visual que conjuran Sorrentino y su habitual fotógrafo, Luca Bigazzi, sí es fiel a su acostumbrada propuesta estética. En esta ocasión de pronto optan por la simetría (un poco a la Wes Anderson, quizá un guiño a los hipsters), pero la vistosidad descansa más en su sagacidad para mover la cámara y buscar el ángulo óptimo desde el que se cuenta la historia con elegancia. Los acostumbrados toques humorísticos con que Sorrentino reviste sus filmes en Youth, tampoco refuerzan tanto la búsqueda de profundidad; más bien reflejan la vacuidad de una historia que, al final, opta por concentrarse en cuestiones más simples, como el deseo; mostrando que el auténtico enfoque de la mente de dos viejos apunta hacia la evocación de las mujeres que tuvieron, las que se les escaparon y, quizá, las que todavía podrían tener (al menos al interior de su mente). La secuencia con la que en esta ocasión Sorrentino tributa a Fellini –la fantasía del universo femenino de 8 ½- simboliza, en buena medida, lo fallido de Youth: planteada desde las buenas intenciones, visualmente espectacular, pero atropellada por el peso de sus propias referencias.
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Fecha de estreno en México: abril 29, 2016