Los Porkys han captado reflectores recientemente en México y el mundo. Sus actos de violación, secuestro y desaparición de mujeres han conmocionado a la sociedad, no solo por el grado enfermo al que llegan los crímenes de estos juniors –de estos chavos que no tienen necesidad vital de meterse en problemas, aparentemente–, también por la esfera de impunidad, corrupción y dinero que los resguarda. La sociedad a su alrededor, sobre todo sus padres, han sido protectores –y de esa manera, cómplices- de sus fechorías.
Este caso es solo la punta del iceberg de un México malsano, podrido por los abusos de poder, en todas las esferas, incluso las más íntimas, que están gangrenando a su sociedad.
A través del cine podemos ver algunas de las advertencias que nos envía un fenómeno de deshumanización como este.
1. El listón blanco, de Michael Haneke.
Los niños meticulosamente analizados en esta sociedad austriaca parecen absorber la represión, la humillación, el sufrimiento y la agonía usados por los adultos, junto con la abrumadora disciplina, para ejercer control sobre sus miembros. Estos niños han asimilado esa deshumanización casi de forma genética, convirtiéndose en el terreno fértil para el surgimiento de cualquier tipo de totalitarismo. El filme está situado 1913, a unos meses de la Primera Guerra Mundial. Pero fue Hitler, a través del nazismo, quien sacó provecho de la propensión a la insensibilidad de esta generación, dos décadas después.
2. Después de Lucía, de Michel Franco, 2012.
Los adolescentes, con su afán de conocimiento y sus deseos de ser cuando todavía están en formación, parecen vivir en una esfera aparte de la sociedad. A veces son “juegos” que terminan mal lo que acaba regresándolos a la realidad. Y los padres –se espera– tendrían que liderar con seguridad esa reubicación de sus hijos en las normas que permiten las sanas convivencias, y el crecimiento personal y comunitario. Cuando los padres permiten a sus hijos abusar, cometer bullying, violaciones, humillaciones, sin que haya represalias, no significa que no habrá consecuencias, sino que estas se agravarán mientras más sean pospuestas. A veces, desatando una larga cadena de venganzas y dolor que pudo haberse evitado.
3.¡Que viva la música!, de Carlos Moreno, 2015. Inspirada en la novela de Andrés Caicedo.
Hay una creencia en la sociedad que recurrentemente –generalmente de forma indirecta– es usada sin demasiados matices por el discurso oficial: el crimen nace por necesidad, sobre todo en estratos sociales bajos. Ubicada en una Cali, Colombia, de racismo y desigualdades, originalmente –en el libro– en los años setenta, antes del surgimiento del Cartel de Cali que desangró en los ochenta y noventa a esta ciudad tropical a punta de narcotráfico, Que viva la música retrata a una juventud burguesa, abandonada a sus comodidades, en franca rebeldía contra sus padres, que ha crecido en la violencia asqueada de su propia condición, adicta a su individualismo y hedonismo, y que en su búsqueda de placer, se sumerge en un viaje de autodestrucción en el que cometer crímenes contra terceros es lo de menos.
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