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Tan pronto como nació, el punk fue inmortalizado en la pantalla, como un niño actor que empuja para ser el centro de atención, su presencia en la pantalla ha sido atractiva e innegable. Desde los primeros pasos del fenómeno a mediados de los años setenta –como una provocación, un improperio, una amenaza para la sociedad, vestidos con chamarras de cuero– el punk siempre ha llamado la atención del cine.
La historia de este estilo y género musical se ha esbozado en innumerables documentales de televisión que intentan condensar todas las cosas del punk en un ágil programa de 60 minutos. Normalmente, estos cuentan una historia irregular, saltando torpemente de los Sex Pistols a Black Flag, desde el post-punk al pop punk. Pero mirando más lejos, en las películas que ponen al descubierto los subgéneros específicos (hardcore, queercore y otras variantes y mezclas) es posible reconstruir una historia más amplia, aunque siga siendo incompleta. Por lo tanto, como una ventana que permite revisar la rica historia del punk, Oliver Lunn –colaborador del British Film Institute– recomienda un conjunto de filmes que relatan colectivamente la forma cambiante del género a través de cuatro décadas.
El punk del Reino Unido en el cine: los primeros años
Londres, 1977. El cineasta Wolfgang Büld está ubicado exactamente en el centro de la escena punk de la ciudad, para registrarla desde los bares a los clubes pasando por las calles. Punk in London arroja al espectador hacia el corazón de la música, al Club Roxy, donde X-Ray Spex agitaba sus guitarras y las multitudes se emocionaban. Los aficionados le dicen a Büld que la escena es una rebelión contra el rock aburrido que llenaba estadios como Led Zeppelin y Black Sabbath. Para ellos, el punk es una etapa de inmersión en algo más emocionante, más audaz. El documental de estilo vérité traslada al espectador a las legendarias presentaciones de Subway Sect, The Adverts, The Clash, entre otros, hasta llegar a la famosa tienda de Vivienne Westwood, donde los Sex Pistols irrumpieron. Hay cero nostalgia aquí; sólo un realizador armado con una cámara y la necesidad de documentar lo que está por delante de él.
Al año siguiente, Derek Jarman lanzó Jubilee, una rareza punk que coloca a la reina Elizabeth I en una Gran Bretaña lluviosa de finales del siglo XX donde las pandillas de mujeres deben esquivar a la policía. Está protagonizada por Adam Ant y Toyah Willcox, y cuenta con algunos de los más llamativos maquillajes llevados al cine. Hecha con un mísero presupuesto de £ 200,000, la película es el cover cinematográfico de “God Save the Queen”, que exuda el mismo aire de anarquía y sin ley como la canción de los Sex Pistols.
Dos años más tarde, fue lanzado The Great Rock 'n' Roll Swindle. En ella, Malcolm McLaren ocupa un lugar destacado como el hombre que manipula a los Sex Pistols. En particular, John Lydon se negó a tener algo que ver con la producción, apareciendo sólo en imágenes de archivo.
Otras imágenes de esa época tardaron en llegar a nuestros ojos. El documental de Julien Temple, The Filth and the Fury (2000), retrocede al año de 1976 y yuxtapone imágenes de archivo de los Sex Pistols con viejas películas de Laurence Olivier y los informes meteorológicos de Michael Fish. La película capta un momento antes del punk; en palabras de Lydon, “absorbe de nuevo en el sistema”. Por su parte, The Clash: Westway to the World (2000) nos transporta a los mismos tiempos embriagadores. Joe Strummer y compañía recuerdan un carnaval de Notting Hill a finales de los 70, donde la policía cargó contra la multitud. Se convirtió en la génesis de la canción “White Riot”. Strummer también recuerda el efecto que la música reggae tuvo sobre él: “Esa mezcla rasta-punk fue crucial para toda la escena”, dice Strummer.
El punk estadounidense en el cine: de The Ramones a GG Allin
Al otro lado de la laguna The Ramones, que se había formado en 1974, tenía muchos aficionados haciendo cola para verlos. La banda fue inmortalizada en la pantalla en Blitzkrieg Bop, un documental de 1978 que hace brillar un proyector en el CBGB como la ubicación central de Nueva York por crecientes bandas de punk, un lugar descrito por Joey Ramone como “una barra de vagabundo en el Bowery”. En otros lugares, la película también se aproxima a Blondie y Dead Boys, la presencia en el escenario electrizante de las bandas en su pico, y la explosión de la energía que apareció en Skid Row de Nueva York.
Dos años más tarde, la misma escena neoyorquina sucia fue capturada en la película de Allan Moyle, Times Square, sobre dos adolescentes fugitivos que forman una banda de punk, y cuenta con una banda sonora feroz incluyendo Ramones “I Wanna Be Sedated” de The Ramones. Del mismo modo, Ladies & Gentlemen, The Fabulous Stains (1982) se centra en tres chicas adolescentes que inician una banda de punk, inspirado en la idea de que cualquier persona, independientemente de su talento o habilidad, puede interpretar el punk; es la actitud la que cuenta.
La controversia que se adhería a los Sex Pistols siguió al punk de los años ochenta. GG Allin había tomado el relevo de Sid Vicious y fue empujando los límites de la actuación en el escenario –automutilaciones y ataques contra los miembros de la audiencia–. Su comportamiento libertino en el escenario fue capturado por el director Todd Phillips en Hated: GG Allin and the Murder Junkies (1993), un documental que mira hacia atrás en la vida problemática del provocador. Es cruda y sin fisuras; un documento esencial de un intrépido intérprete de punk.
Hardcore y riot grrrl
Penelope Spheeris estaba afilando su enfoque en Circle Jerks, Germs, Black Flag y el amanecer del hardcore en The Decline of Western Civilization (1981). La música es 10 veces más rápida que Sex Pistols y The Clash, el baile más agresivo. En la película, Spheeris entrevista a los fans a medida que emergen imágenes de punkies sudorosos gritando en los micrófonos con imágenes de los mismos músicos tranquilos y serenos detrás del escenario. Una atmósfera similar se impregna en Salad Days, un documental de 2014 que ilumina la escena hardcore en Washington DC, en la que bandas como Minor Threat y Bad Brains florecieron.
Esas mismas bandas –además de un puñado fuera de Washington– aparecen en American Hardcore, un documental de 2006 que toma una mirada más amplia en el subgénero en América desde 1980 hasta 1986 retratando a las bandas tocando en sótanos sucios. Esto es acerca de la música “underground” en todos los sentidos de la palabra.
Más tarde, en los años 90, riot grrrl, un movimiento feminista, punk incondicional y subterráneo, nació. Encabezando el movimiento estuvo Kathleen Hanna, cantante de Bikini Kill y personaje principal del documental de 2013, The Punk Singer. La película detalla cómo la música filtró el feminismo a través de una lente del punk rock y mostró a todos - los niños y niñas - que el punk podría ser divertido y colorido. La paleta de colores de los noventa también infunde SLC Punk!, una comedia de 1998 sobre un anarquista punky de Salt Lake City, interpretado por Matthew Lillard. Él y sus amigos parecen más preocupados por decorar sus mohawks fluorescentes que volcar la clase política. El punk estaba siendo doblado en nuevas formas, una vez más.
Pop punk y punk en el extranjero
Mientras que el hardcore y el riot grrl fueron movimientos underground que se filtraban lentamente en la corriente principal, el pop punk (el siguiente paso en la cadena evolutiva del género) fue abrazado por las estaciones de radio y MTV casi en el instante en que se establece. Punk’s Not Dead (2007) se centra en cómo las bandas influenciadas por el punk melódico de Bad Religion entraron en el centro de atención. En el documental, oímos cómo los actos de Pennywise, NOFX, The Offspring, Green Day y Rancid le inyectaron una sensibilidad pop en el punk. Dos décadas después del inicio del punky, un renacimiento había explotado y se había extendido en todo el mundo.
En Myanmar, por ejemplo, los adolescentes que viven bajo una dictadura militar, aislados del resto del mundo, canalizan sus frustraciones en el punk. Yangon Calling (2013), el multipremiado documental de Alexander Dluzak y Carsten Piefke, arroja luz en este mundo oculto y secreto filmando shows punk y registrando la manera en que los músicos se atrevieron a levantarse contra el régimen autoritario. Del mismo modo, la idea del punk como una herramienta política se refleja en Pussy Riot: A Punk Prayer (2013). La película sigue al grupo de punk feminista y cómo enfrentan una condena de siete años en una prisión rusa a causa de una actuación satírica en una catedral de Moscú. El filme se remonta a las raíces del punk de cómo el activismo musical se levanta en contra de la conformidad y la censura artística.
LFG (@luisfer_crimi)
Fuente: British Film Institute