Aquí puedes ver Koza, cortometraje de Nuri Bilge Ceylan
En el tercer dia de actividades en Cannes se han proyectado, en la Sección Oficial, dos potentes filmes que empiezan a presentarse como auténticos contendientes a la codiciada Palma de Oro. El británico, Jonathan Glazer (Under the Skin), entrega, fiel al tipo de cine que gusta crear, un drama sobre el Holocausto, pero que nada tiene de convencional. Y el turco, Nuri Bilge Ceylan (Distant), quien ya ganó hace unos años la Palma de Oro, también fiel a sí mismo conjura otra obra de amplias dimensiones, chekhoviano, plagado de diálogos a través de las que expresa profundas reflexiones acompañadas de planos hermosamente retratados de los paisajes de su adorada Anatolia.
Aquí algunos fragmentos de lo que la crítica ha escrito sobre estos dos sobresalientes filmes.
Dir. Nuri Bilge Ceylan (Turquía, Francia, Alemania, Suecia)
El relato de alienación más reciente del autor turco, Nuri Bilge Ceylan, exige mucho a la audiencia, y el resultado no es tan simple o gratificantes como sus trabajos previos, Once Upon a Time in Anatolia, Winter Sleep, o The Wild Pear Tree, el último de sus filmes presentado en Cannes, en 2018. About Dry Grasses es una pieza arrebatadoramente cinematográfica que parece diseñada para encender tan animados como acrimoniosos debates.
Ceylan es un director alusivo, aficionado a los personajes que revelan nuevas y, en ocasiones, contradictorias facetas de escena a escena. Sus filmes tienen a ser una mezcla de drama chekhoviano con alegorías sobre el estado que guarda Turquía. About Dry Grasses es todo ello pero es también algo extrañamente difícil de leer, girando alrededor de un complejo personaje central, un cínico, manipulador maestro de arte en una escuela secundaria cuyos vacíos moral y espiritual es revelado gradualmente en una serie de brochazos magistrales. Hasta entonces, esto es, esta interpretación es desenmarañada en una serie de narración en off a manera de diario hecha por el propio maestro, que podría ser pretendida como un recurso para atraerse simpatías, o podría ser simplemente un intento de este hombre en bancarrota ética para manipular no sólo a sus estudiantes, a su compañero de cuarto y su interés amoroso, sino también a la audiencia. El destino del filme dependerá de si las audiencia encuentran esto exasperante, intrigante o incluso brillantemente posmoderno.
Samet, interpretado de modo sobresaliente por Deniz Celi̇loğlu, es un nihilista sentimental que, no obstante, en el curso de una de esas largas e intesas escenas de debates ideológicos en los que se especializa Ceylan, le confiesa a otro escéptico personaje que para él lo más importante es el orden en la sociedad.
El único arte visible que este maestro de arte hace son una serie de bastante bellas de moradores de la estepa en Anatolia. ¿Están ahí espolvoreadas para humanizar a un hombre que es, en una lectura generosa, un paquete de contradicciones? En una desconcertante escena que rompe la cuarta pared, el mismo Ceylan parece responder al levantar las manos diciendo “a mí escúlquenme - todo el arte es artificio, así que decidan ustedes”. No todo espectador encontrará esta contestación satisfactoria, especialmente tras 197 minutos de paciencia.
“¿Todo mundo necesita ser un héroe?” La pregunta la plantea un profesor de arte treintañero, Samet (Deniz Celi̇loğlu), reventado de frustración al calor de una intensa discusión con su colega y quizá próxima novia, Nuray (Merve Dizdar), al disentir sobre si un individuo está obligado a contribuir con la sociedad y, de ser así, cuánto. Es una perorata familiar de parte de un protagonista masculino en un filme del director turco, Nuri Bilge Ceylan, aunque nunca había sido puesto en palabras de forma tan directa: About Dry Grasses, su largo, lánguido pero lentamente cautivador noveno largometraje, es meramente su más reciente obra en la que examina el derecho del hombre, para bien o para mal, de ser egoista, un antihéroe, de reclamar atención y soledad simultáneamente, y de poder hablar de ello toda la noche.
Ese impulso parlanchino en particular se ha convertido en un sello del cine de Ceylan, en ocasiones con un efecto enervante. Con todo y su abundancia de ideas e ideales expresados lúcidamente, sus últimos dos filmes, The Wild Pear Tree y el ganador de la Palma de Oro, Winter Sleep, no pudieron escapar un sentido de ventriloquismo retórico, con el director colocando sus propios párrafos de filosofía en boca de su personajes.
Pero mientras esos filmes de más de tres horas eran ocasionalmente ensayísticos, esta obra de dimensiones también expandidas, About Dry Grasses -un título que suena casi de autoparódico esoterismo, una auténtica provocación a los detractores de Ceylan- se siente novelístico en un modo más nutritivo. Su extensión despliega los punzantes deseos y el malestar de sus personajes, sus sinuosos alegatos intelectuales nacidos de, y ensanchando, sus tensas y delicadas relaciones. Con duración de 197 minutos, el filme puede resultar larguísimo para los estándares de muchos espectdores, pero de ninguna manera el tiempo está subutilizado: Por capítulos es un erizado drama de salón de clases, una provocadora lección de ética, un triángulo amoros amargamente conflictuado y la despiadada anatomía de una misantroía cotidiana, que encuentra el talento como dramaturgo de Ceylan en su mejor forma desde Once Upon a Time in Anatolia, del 2011.
Es este un Ceylan en su forma más flexible y maliciosa, su cine exhibiendo una generosidad y curiosidad que desmiente la defensa que hace el guion del individualismo, incluso del aislacionismo, el vivir al costo que sea buscando la felicidad propia. No todo el tedio viene del interior -hay una tácita crítica, también, a los sistemas sociales y gubernamentales que erosionan la energía e ideales de los servidores públicos que tienen algo que contribuir tanto para sus conciudadanos como para los chicos. Y hay una pizca de sentido de que no todo está perdido para el atormentado Samet, insinuado a través de los bellos montajes de sus propias fotos fijas -imágenes cuidadosamente compuestas de los paisajes que los rodean y los rostros que dice detestar- que enfatizan la parte amable del filme. En algún momento, Nuray se refiere al “desgaste de la esperanza”, que parece encapsular el compromiso de About Dry Grasses de ofrecer una condición humana sin heroismo: Mejor estar desgastado con esperanza que sin nada en absoluto.
El autor turco, Nuri Bilge Ceylan, nos ha entregado otro de sus expansivos, meditabundos dramas distintivamente chekhovianos basado en los personajes. De nuevo está desplegado a lo largo del paisaje de la Anatolia occidental, y una vez más hay un énfasis en Ceylan por la fotografía fija y el retratismo. Este filme tiene, de cualquier modo, un toque muy atípico: un sobrecogedor y brechtiano metamomento en el que nos es recordado que es un filme lo que estamos viendo; y la iluminación de fuego intermitente fue creada en estudio, no en locación.
El filme tiene, empero, un título muy típico: esto es, intimidante y algo desconcertante. En la sección final de About Dry Grasses, su personaje principal pondera el hecho de que la demacradamente bella orografía de Anatolia parece vivir solo en dos estaciones. La primera es el invierno cubierto de nieve en el que nos es regalado el plano de Ceylan -que es marca registrada- de una figura solitaria caminando pesadamente hacia la cámara en la nieve. Esto pronto le abre paso al radiante verano, la tierra se revelará a sí misma cubierta por un monótono pasto seco, que guarda una misteriosa fascinación en su austera belleza.
Este filme, tan aparentemente severo y opaco en el sentido que muchas obras de Ceylan lo son inicialmente, tiene de hecho algo absorbente en su calidad parlanchina y de gran calado: una categoría literaria, en realidad. Ceylan confiere a Samet las características de un mordaz narrador observante, desilusionado e insatisfecho, pero aún así generoso, a su manera. Es este otro muy absorbente filme de este director excepcional -ganador de la Palma de Oro con Winter Sleep- que merece completamente su continuo estátus de figura prominente en Cannes.
-Peter Bradshaw, The Guardian 4 de 5 estrellas
The Zone of Interest
Dir. Jonathan Glazer (Reino Unido, Polonia, Estados Unidos)
Un simple chiste satánico arde a través del celuloide en la obra técnicamente brillante, incómodo, sobre el Holocausto de Jonathan Glazer, adaptando libremente la novela de Martin Amis, un filme que debido a toda su artisticidad es, quizá, no totalmente en control de su (intencional) mal gusto.
¿Cómo fue posible que la respetable y plácida vida hogareña de los alemanes coexistía con el imaginar y ejecutar los horrores del genocidio? ¿Cómo es que pudo florecer ese tipo de maldad dentro de lo que George Steiner famosamente llamó el mundo alemán de “noche de paz, noche de amor, gemütlichkeit”?
El filme imagina la pureza de la bendición bucólica experimentada por Rudolf Höss (Christian Friedel), comandante de campo de Aushwitz, quien con su familia vive en una casa bellamente diseñada con servidumbre apenas afuera del muro rematado con un alambre de púas. Su esposa, Hedwig (Sandra Hüller) está maravillada con el “jardín paradisíaco” salido del Edén que le ha sido autorizado supervisar en la parte trasera, completado con un invernadero: se deleita socarronamente en su título no oficial de “Reina de Aushwitz” y, con solo esa línea, The Zone of Interest probablemente ha brindado suficiente náusea como para mil películas.
Con su fabuloso score a cargo de Mica Levi y el diseño de sonido de Johnnie Burn, el filme tiene indudable poder pero bien podría revivir el debate acerca de conjurar impecables efectos cinematográficos de los horrores de la historia: Yo me quedé pensando en las objeciones de Jacques Rivette respecto al tracking shot (plano de seguimiento) de la cerca de alambres en Kapo (1960) de Gillo Pontecorvo.
Sin embargo, el filme de Glazer, al menos discutiblemente, se incluye en la tradición de representar el horror de modo indirecto, como lo han hecho Claude Lanzmann y Michael Haneke. La película sí trata de incorporar testimonios judíos y, aunque la secuencia colofón en el museo de Aushwitz en la actualidad podría absolver al filme de falta de seriedad, extrañamente representa una especie de pérdida de agallas, como si la película finalmente no pudiera soportar permanecer dentro de los confines de estar aprisionada en la ironía histórica y tuviera que adelantarse en el tiempo hasta estos días para reafirmar sus credenciales humanitarias. De cualquier forma, no debe haber duda en el hecho de que Glazer se enfoca en un mal que crea su propia banalidad, la banalidad que permitió que los asesinos de masas pudieran siguiendo cometer sus crímenes.
-Peter Bradshaw, The Guardian 4 de 5 estrellas
Crear obras de ficción alrededor del Holocausto puede ser una de las tareas más desafiantes en el cine -el Profano Grial de este arte, por así decirlo- y muchos cineastas han metido la pata en este campo armados con seriedad más sentimental que intelectual. Una de las pocas remarcables excepciones es The Zone of Interest de Jonathan Glazer. El director británico (Sexy Beast, Birth, Under the Skin) guarda reputación de estilista pero, aunque su nuevo filme es ciertamente estilizado, su retrato de la domesticidad nazi a la sombra de las chimeneas de Aushwitz es ejecutado con un control objetivo y gélido que elude falsas retóricas, dejando espacio inmenso para las imaginativas y emocionales respuestas de la audiencia.
Siendo una respuesta tan seria, osada y artísticamente innovadora a Shoa como lo es la muy diferente Son of Saul de Neme, The Zone of Interest es más un filme desafiante que uno convencionalmente provocativo pero, bajo cualquier medida, imprescindible para verse, además de ser una obra que se convertirá en un foco vital de discusión tanto para el mundo cinéfilo, como para el que lo trasciende.
Algunos robustos toques estilísticos emergen de tiempo en tiempo, notablemente el preludio en oscuridad total, y secuencias en blanco y negro, en negativo, que ostensiblemente parecen plasmar las pesadillas de cuento de hadas que tiene la hija del matrimonio. El intermitente score de Mica Levi es sobrio y perturbador, abarcando desde explosiones rítmicas con sonidos casi gástricos hasta el coro en lamento con el que concluye el filme. La a menudo forénsicamente desapegada fotografía de Lukasz Zal tiende a mantenernos alejados de los intérpretes, lo que significa que este no es convencionalmente un filme de actores; y, empero, sus protagónicos son extraordinarios.
El porte físico imperturbable de Sandra Hüller, con fuerte pisada como de mujer de negocios al caminar, repiquetea ásperamente con la petulancia e irritabilidad de Hedwig como una consumada hausfrau (ama de casa) burguesa, mientras que el imberbe de Christian Friedel (de la serie Babyln Berlin y Amor Fou de Jessica Hausner), de apariencia delicada, hace de Höss una figura llamativamente insípida, como si fuera un chico disfrazado con ajuares de la SS. Más que darle vida a la pareja Höss de manera convencional como personajes totalmente encarnados, el filme nos hace verlos como personas asumiendo sus roles dentro del universo del protocolo nazi, a un tiempo humanos moralmente enfermizos y fantasmas al interior de una inmensa maquinaria de muerte.
Trad. EF